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¡Desalojen la ciudad. Vamos a destruirla!

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

El título podría parecer de un videojuego, pero la realidad está superando la ficción. A nivel de destrucción y de matanza de civiles, Siria ha puesto el listón muy alto, con 190.000 muertos y cantidad de ciudades aniquiladas, de manera que episodios letales de la actualidad más inmediata ya no sorprende ni apenas escandaliza a nadie con capacidad para parar estas espirales de violencia. Nos estamos simplemente habituando a lo más perverso en cuanto a consecuencias de los conflictos armados. Estamos asistiendo a la vez a varios episodios letales para la población civil. Por un lado, hemos visto la desproporcionada respuesta israelí a la estupidez misilística de Hamas, que sabía de antemano que la respuesta de Israel a sus cohetes sería de 40 o 100 a uno, con un resultado de unos 2.000 muertos en Gaza, la mayoría civiles, y miles de viviendas arrasadas por completo. Cada uno ha cumplido con su papel habitual en este macabro enfrentamiento que no lleva a ninguna mejora en las condiciones de vida de los palestinos de la franja, convertida en un presidio asediado por todos lados.

Otro escenario es el este de Ucrania, donde se enfrentan militarmente dos comunidades que no han sabido ni han tenido el apoyo y la presión necesaria para resolver políticamente sus aspiraciones. Hace algo más de dos meses, el 20 de junio, y tras dos llamadas telefónicas al presidente Putin, el presidente de Ucrania, Poroshenko, anunció un plan de paz (“Pasos hacia una resolución pacífica de la situación en las regiones ucranias del este”) para el arreglo del conflicto, que comportaría un alto el fuego unilateral de los ucranianos hasta el 27 de junio, el desarme de los rebeldes, la creación de una “zona tapón” de 10 kms. en la frontera con Rusia, la celebración de elecciones parlamentarias anticipadas, así como elecciones locales en las regiones, retomar sus actividades los órganos de gobierno locales ocupados por los prorusos, la descentralización del poder (rechazó una fórmula federal) a través de una reforma constitucional, la consulta a los líderes locales sobre quién debería ser nombrado gobernador (pero no concedía a las regiones el derecho a elegir a sus propios líderes administrativos) y la garantía del uso de la lengua rusa en las regiones del este. También anunció una amnistía para los milicianos que no hubieran cometido delitos de sangre, y el establecimiento de corredores humanitarios para que dichos milicianos pudieran dirigirse a Rusia. No era una mala propuesta, al menos para empezar un diálogo civilizado en un país con comunidades divididas en cuanto a afectos, idioma e historia. Pero en política internacional seguimos empeñados en prohibir el divorcio o las parejas de hecho. Obligamos a vivir juntas a comunidades que preferirían vivir separadas, y separamos a comunidades que preferirían vivir juntas. Y todo por el pánico que todavía produce crear “arquitecturas políticas intermedias”, fórmulas de cosoberanía o federalismo, y posibilitar que algunas comunidades tengan doble nacionalidad y dos pasaportes, en medio de un autogobierno avanzado.

¿Cuál ha sido el panorama de Ucrania poco tiempo después de no acordar un alto el fuego? Los rebeldes prorusos derribaron por equivocación un avión de pasajeros civil, apelaron a la protección militar de la madre rusa y se olvidaron de la propuesta ucraniana del 20 de junio. Ucrania, por su parte, abandonó la diplomacia y optó por la vía militar, con el erróneo apoyo de la OTAN y de la UE, y en un peligroso pulso con Moscú, que también incluyó la destrucción de las ciudades del este ucraniano, eso sí, al estilo israelí, es decir, en algunas ocasiones con previo aviso a los civiles para que abandonasen sus hogares, pues quedarían borrados del mapa, castigando una vez más a la población civil. Rusia hizo lo mismo en la capital de Chechenia, que redujo a escombros. Mientras, centenares de miles de personas han tenido que abandonar sus hogares a toda prisa para dirigirse a las montañas o a cualquier sitio que garantizara su supervivencia, aunque luego pudieran morir de hambre o de sed, pues tal ha sido el tamaño de las crisis humanitarias que se han estado produciendo en los últimos tiempos, incluyendo la barbarie de las milicias del Estado Islámico, y sin que el drama movilice masivamente y con rapidez a todos los países con medios aéreos (aviones y helicópteros) para garantizar al menos la supervivencia de estas personas. Y es que, digámoslo claramente, pocas veces se ha despreciado e ignorado tanto el Derecho Internacional Humanitario, el deber de proteger y los principios de dignidad humana. Las vacaciones de agosto no nos habrían de impedir reflexionar seriamente sobre la deriva de estos hechos, que sientan precedentes de inactividad política para próximas actuaciones militares en el planeta, que al despreciar con la violencia extrema el derecho de los civiles a no ser masacrados debido a la soberana incapacidad de algunos hombres (no mujeres) de manejar los conflictos desde los canales de la diplomacia, el diálogo y el compromiso.

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