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Confesión sobre el País Vasco.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
Publicado en Público.es

Hace ahora diez años, inicié en el País Vasco un ejercicio confidencial, al que puse el nombre de Contrastes, por el que invitaba a todos los grupos políticos con representación en el Parlamento vasco a contestar unos cuestionarios que les enviaba periódicamente y que luego discutía directamente con ellos y sistematizaba para que vieran los puntos de acuerdo, los de desacuerdo y aquellos que convenía matizar. A pesar de que era un momento de mucha tragedia y tensión por los atentados de ETA, en el ejercicio participaban todos los grupos políticos, desde Batasuna al PP, lo que le daba un valor extraordinario, por único, y seguramente por su carácter confidencial, aspecto que se respetó en todo momento por parte de los participantes. El ejercicio duró dos años y medio, y terminó por la ilegalización de Batasuna.

Pasada una década, no traiciono ya la confidencialidad del ejercicio si hago pública su existencia, con el propósito de ver si en ese espacio de tiempo hemos cambiado de parecer y hemos madurado en algunos puntos de los que se trataron. Y me gustaría poner el énfasis en el desarrollo de las opiniones de la izquierda abertzale, porque considero que ha sido, es y será un actor clave en lo que ha de suceder en el País Vasco. No el único, evidentemente, porque el futuro vasco será el resultado de la confluencia de muchas evoluciones, sin excepción. Y es justamente aquí donde veo el nudo gordiano de la cuestión: el logro del consenso suficiente es lo que permitirá pasar de la histórica y perversa lógica matemática del 51% de los votos a la lógica surafricana de mayorías más amplias, que establecen unas reglas del juego buscando el concurso de la mayoría de los participantes. Fue hace diez años cuando la izquierda abertzale, Batasuna concretamente, y como resultado de un largo debate interno, empezó su primera aproximación al cambio de paradigma. Lo plasmó en un documento o plan de paz en febrero de 2001, en el que por primera vez abogó por aceptar que en el País Vasco hay diferentes expresiones políticas que hay que respetar, y que nadie puede imponer sus proyectos políticos sobre los demás.

Ocurre, sin embargo, que ahora estamos en un momento de tránsito hacia este momento, precedido por etapas que son percibidas de forma confusa. De ahí algunas polémicas. Puedo afirmar, con conocimiento de causa, que las cosas se mueven y por la buena dirección. La izquierda abertzale, hoy día, ya ha asumido plenamente lo del consenso suficiente. Le ha llevado diez años de maduración, pero puedo asegurar que es un tiempo habitual para este tipo de cosas. Los que nos dedicamos a procesos de paz trabajamos por décadas, no por años, y así ha sido en el País Vasco. En los socialistas ocurre algo parecido: han tenido su avanzadilla en Gema Zabaleta y Jesús Eguiguren, cuyas tesis de hace siete u ocho años no podían compartir la mayoría de sus compañeros de filas, pero que poco a poco van teniendo más partidarios.

Son personas que se han caracterizado por ver el futuro, y que por ello han tenido que tropezar con las dinámicas más lentas de las mayorías. Pero no son los únicos. Hace 12 años, una parlamentaria de Batasuna me comentaba que su proyecto no era para el presente inmediato sino para 20 años vista, y lo que la motivaba a trabajar eran sus hijos, que en ese futuro jugarían en paz con los del PP. No es tampoco extraño que hayan sido mujeres, muchas de ellas unidas en la organización Ahotsak, las que hayan protagonizado iniciativas de encuentro con una mirada puesta en un futuro en paz. Jone Goiricelaya y Gema Zabaleta han sido muy valientes en este sentido, y llegará un día en que se les reconocerá lo que han hecho, y lo han hecho entre otras cosas porque son mujeres y madres y quieren dejar a sus hijos otro escenario, uno en el que la violencia sea cosa del pasado. Mario Onaindia, un dirigente del Partido Socialista de Euskadi que antes había sido militante de ETA y que en 2000 fue el encargado de dar respuesta al ejercicio Contrastes, me decía entonces que el mundo de Batasuna no iba a evolucionar, olvidando su propio tránsito de las armas a la política. Pero factores internos y externos han hecho posible el cambio, y hoy día la izquierda abertzale apuesta al juego democrático, con todas sus reglas, y está madura para rechazar la violencia. Ese paso es importante, y no se me escapa que para llegar a donde estamos ha influido decisivamente la presión del Gobierno con su política de “legalidad por renuncia clara e inequívoca de la violencia”.

Ilustración de Jordi Duró

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