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Conflictos y procesos de paz contemporáneos.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

El siglo XX fue, sin lugar a dudas, el más letal de la historia de la humanidad. 110 millones de personas perecieron en los conflictos armados de dicho siglo, con dos guerras mundiales que regaron de muerte a todo el planeta (16 millones de muertos en la primera y 36 en la segunda), y un largo período de guerra fría que significó la exportación de la muerte a los países del sur, a la periferia, en lo que se ha venido a llamar “guerras por delegación” donde las grandes potencias dirimían sus luchas de intereses a través de terceros países (Angola, Mozambique, Afganistán, etc.). La década de los años ochenta fue una época de “inseguridad controlada”, con guerras de baja intensidad, profusión de guerrillas y predominancia de los factores externos en el desarrollo de los conflictos. La década posterior, la de los noventa, fue en cambio de un “desorden generalizado”, con un afloramiento de los conflictos étnicos, el debilitamiento de los Estados y el predominio de las guerras civiles. Las guerras entre Estados, típicas del pasado, habían prácticamente desaparecido.

Sin contar las dos guerras mundiales, los conflictos más mortíferos del siglo pasado fueron la guerra de Corea (2’9 millones de muertos), el genocidio de Camboya (2 millones), la guerra civil de Nigeria (2 millones), la guerra del Vietnam (2 millones), la guerra civil del sur del Sudán (2 millones), la invasión india a Bangladesh (1’5 millones), la guerra civil de Rusia (1’3 millones), la guerra civil española (1’2 millones), el genocidio armenio (1 millón), las luchas entre musulmanes e hindúes en la India (800.000), el genocidio de Ruanda (600.000), la guerra entre Etiopía y Eritrea (545.000) y la guerra Irán-Iraq (400.000). Otros conflictos provocaron más de 100.000 muertos. Un balance, en suma, catastrófico en cuanto a capacidad de los seres humanos de regular sus disputas a través de medios pacíficos.

¿Seguiremos durante el siglo XXI la senda destructiva del siglo anterior o, por el contrario, hay motivos para pensar que hemos entrado en un nuevo ciclo en cuanto a conflictividad se refiere? Todo apunta, por fortuna, que la experiencia letal del siglo XX no necesariamente tiene que repetirse. Los datos del Programa de Conflictos de la universidad de Uppsala señalan que hemos pasado de tener unos 20 conflictos armados al terminar la Segunda Guerra Mundial a 52 en 1992, año a partir del cual empieza un descenso hasta llegar a 32 conflictos armados, tanto en el 2002 como en 2012. En los últimos años, con la notable excepción de Siria, que en tres años ya ha acumulado 150.000 víctimas mortales, no ha existido ningún conflicto armado que hubiera provocado más de 10.000 víctimas mortales en un año, aunque la guerra de Iraq acumulaba más de 100.000 muertos civiles desde su inicio en el 2003. Compárese esta cifra anual con las mencionadas anteriormente del siglo pasado y podrá advertirse el cambio de paradigma en cuanto a conflictividad se refiere. No estamos todavía ante la desaparición de las guerras, por supuesto, pero este fenómeno social es cada vez menos frecuente y menos letal.

Frente a estos datos polemológicos, ¿cómo estamos en cuanto a esfuerzos y logros en conseguir la resolución pacífica de los conflictos? Según los datos de la Escuela de Cultura de Paz, al finalizar 2013 existían 50 negociaciones abiertas con grupos armados, o en contextos en los que en el pasado hubo enfrentamientos armados y no se ha solucionado la controversia. 14 de estas negociaciones iban bien y sólo 5 iban mal.

En los años 60, el 80% de las guerras civiles terminaban con la victoria militar de una de las partes. En los 90, este porcentaje se había reducido al 23%, y hoy día es del 10%. Estamos, por tanto, ante una nueva realidad. Todavía vivimos en un mundo conflictivo, pero son de otro tipo que los de hace tres o cuatro décadas, se han reducido y siguen pautas diferentes.

Según la base de datos del programa de conflictos de la Escola de Cultura de Pau, en el año 2013 existieron 35 conflictos armados, y 32 al finalizar el año. Todos los conflictos, a excepción de la disputa entre Israel y Palestina, fueron internos o internos internacionalizados. Algunos de los factores vinculados con la internacionalización de conflictos internos son, entre otros, la intervención de terceros países, la denominada lucha global contra el terrorismo (probablemente el tipo de conflicto más difícil de gestionar), la participación significativa de combatientes extranjeros en determinados conflictos, la creciente entrada en combate por parte de operaciones de mantenimiento de la paz o la utilización del territorio de países vecinos por parte de grupos armados de oposición.

En cuanto a las causas de los conflictos, cabe destacar que casi dos terceras partes de los mismos están vinculados a demandas de autogobierno y a cuestiones identitarias. Este tipo de conflictos fue especialmente relevante en Asia y en Europa. Por otra parte, también en dos tercios de los conflictos armados la incompatibilidad principal está vinculada a la oposición a un determinado Gobierno o al sistema político, económico, social o ideológico de un Estado.

Mediáticamente, parecería que sólo existieran cuatro conflictos armados, los de Israel-Palestina (el de mayor carga simbólica), los dos derivados de una intervención internacional (Iraq y Afganistán, y el de la multiplicación de actores contra el régimen establecido (Síria). En todos ellos, la principal víctima es la sociedad civil, tanto por las muertes como por el elevado número de población desplazada o refugiada (más de 50 millones de personas en estos momentos).

La casi totalidad de los conflictos armados actuales son intraestatales, esto es, que se producen en el interior de un país. Las guerras entre Estados han prácticamente desaparecido. Los conflictos del siglo XXI son internos, guerras civiles a veces, limitados a determinadas zonas de un país en otras ocasiones, con lo que ello supone de dificultad para percibir cabalmente la dimensión del conflicto cuando hay zonas que no se ven afectadas por el mismo (la capital, por ejemplo).

Si en las guerras del pasado eran los ejércitos nacionales los que se enfrentaban entre sí, en los conflictos contemporáneos las fuerzas armas han de luchar contra guerrillas, milicias, mafias o al-Qaeda, que son los nuevos actores del siglo XXI. El que hayan desparecido las guerras regulares entre ejércitos supone también la desaparición de los viejos códigos de conducta en las guerras. En los conflictos contemporáneos no hay apenas normas, se desprecia el derecho internacional y el Derecho Internacional Humanitario, y todo vale: mutilación de civiles, violaciones masivas de mujeres, uso de aviones no tripulados, ejecución de prisioneros, saqueo de aldeas, utilización de minas antipersonal y, en suma, todo lo que provoque terror en la población civil, que es la principal víctima. Esta deshumanización de los conflictos va acompaña del saqueo de los recursos naturales de regiones ricas en materias primas y minerales estratégicos, que sirven para alimentar la guerra al ser el sustento de los grupos armados y el mecanismo por el cual intercambian riquezas naturales por armas, en un círculo infernal en el que intervienen empresas transnacionales que se benefician del descontrol sobre esas regiones y de la ausencia de un Estado regulador. Desgraciadamente, muchos países en conflictos son ricos en materias primas, y precisamente por ello están en conflicto, en una maldición en la que, repito, la población civil es la principal víctima. El terrorismo, además, no puede resolverse con medios militares clásicos, sino mediante estrategias policiales y de inteligencia.

Es un hecho constatable que muchos conflictos en los que existen procesos de paz sufren un estancamiento en las negociaciones. Pasan los años y el conflicto mantiene las mismas características, sin que los mecanismos de diálogo fructifiquen. Este estancamiento es más evidente en aquellos conflictos en los que se ha logrado un alto al fuego y que, por tanto, no hay violencias o enfrentamientos significativos, lo que lleva a plantearse la cuestión de si es precisamente la falta de violencia, con su consiguiente pérdida de actualidad mediática, la razón o una de las razones principales de tal estancamiento.

Decía antes que el siglo XXI es el siglo en el que parece consolidarse la cultura de la negociación, y donde los procesos de paz están llamados a ser los protagonistas en el mundo de la conflictividad. De los 108 conflictos armados de los últimos 30 años que hemos analizado en la Escuela de Cultura de Paz, un 40% han terminado con un acuerdo de paz, un 10% por victoria militar y un 43% todavía no están resueltos, es decir, que siguen activos. Pero si miramos las tendencias que nos muestran las estadísticas, resulta razonable pensar que la mayoría de ellos terminarán, un día u otro, a través de una negociación.

La etapa central de un proceso de paz es el de la negociación, que puede durar muchos años y normalmente se realiza por etapas o rondas. En las últimas décadas hemos recopilado mucha información sobre las negociaciones y los procesos de paz. Así, por ejemplo, los momentos más frecuentes de crisis en las negociaciones son motivados por divisiones internas en los grupos armados, rechazo de la instancia mediadora o del formato mediador, parcialidad del mediador, inseguridad en el país, ruptura del alto al fuego, retraso en la implementación de los programas de desarme y reintegración, detención de líderes negociadores de la oposición armada, no liberación de líderes negociadores, diferencias sobre puntos de la agenda y existencia de las listas terroristas. La superación de los conflictos pasa, pues, por sortear ese tipo de dificultades habituales.

Uno de los cambios culturales que puede florecer en las décadas venideras puede ser el de la decadencia de los conflictos armados. La guerra, como institución social creada por el ser humano, ha perdido ya cualquier legitimidad como método de resolución de conflictos, y es percibida cada vez más como un instrumento caduco y propio del pasado. Las estadísticas, además, confirman esta afirmación, al señalar que los conflictos armados del presente son muchos menos que los de hace una o dos décadas, aunque hay un incremento de actos terroristas. Y jamás como en la época actual hemos dispuesto de tanta información preventiva para actuar con los instrumentos de la diplomacia en los momentos de tensión, cuando todavía es posible alterar el curso destructor de una espiral conflictiva.

Estamos, probablemente, en una época de tránsito hacia un nuevo mundo en lo que a conflictos se refiere. Un indicador de este tránsito lo constituye el dato de que los conflictos finalizados en los últimos treinta años (54), el 80% lo han sido mediante un acuerdo de paz y un 20% con victoria militar, lo que reafirma la vía de la negociación como medio de resolución de los conflictos armados. Debemos afrontar, sin embargo, un nuevo reto: el aumento de los homicidios en determinadas zonas del planeta, que constituyen el 90% de las muertes por violencia. Añádase los millones de víctimas anuales debido a la violencia estructural. Así, la cultura de la paz continua siendo un desafío para los próximos decenios, puesto que habrá que vencer la cultura de las violencias, tan enraizadas en nuestras sociedades y estructuras.

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