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¿El renacer del viejo militarismo?

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

La ocupación militar de Crimea ha sido la excusa perfecta para que los viejos defensores de la seguridad basada en la militarización de los países, clamen por abandonar la estrategia de la cooperación a todos los niveles que se estaba construyendo en los últimos años, por la del poder de las armas y de los ejércitos intervencionistas. Barra libre para los ideólogos de la guerra fría y las políticas de bloques militares, y olvido súbito de las numerosas lecciones aprendidas durante los años de disuasión entre la OTAN y el Tratado de Varsovia, en los que la amenaza y la creación de imágenes de enemigo nos condujeron al borde del abismo. Con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS, se inició un debate abierto sobre los errores y riesgos del militarismo, especialmente en Europa, y se empezó un interesante proceso de transformación de la OTAN, orientándola más en la prevención de conflictos, en sintonía con la tarea que por su lado, y con tremendas dificultades, desarrollaba la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa).

El presidente de los Estados Unidos, laureado antes de tiempo como Nóbel de la Paz, acaba de regañar a los europeos de la OTAN porque deberían gastar más en asuntos militares, ante el nuevo desafío que representa la Federación Rusa gobernada por un nuevo zar con ansias de recuperar parte de lo que fue el imperio soviético. En el pasado, la URSS fue el enemigo perfecto, y que proporcionó buenos empleos a miles de trabajadores del complejo militar-industrial, a investigadores en armamentos y a un numeroso grupo de ideólogos de la disuasión nuclear, muchos de los cuales todavía viven y se sienten rejuvenecer ante una nueva oportunidad de divulgar su necrófilo y patriarcal discurso. Al carajo con los conceptos de seguridad compartida, seguridad humana o prevención de conflictos. Volvamos, dicen, a las maniobras militares ante las narices de nuestro enemigo de siempre, sin distinguir al patético personaje de Putin con el pueblo ruso que lo ha de soportar. Y del lado contrario, no pocos estimulan la vuelta al pasado militarizado, como reacción a la presencia de militares y armamentos de países de la OTAN en lo que fue su esfera geográfica de contención: los países del Este.

Influenciados por la cultura militarista que nunca desapareció del todo, perdimos en Europa la posibilidad de declarar a todos los países fronterizos con Rusia como desmilitarizados, como “zona colchón” de seguridad continental (nadie amenaza a nadie) y generador de un “dividendo de la paz” que hubiera servido para relanzar la economía y el desarrollo de esos países. Perdimos la oportunidad de hacer las cosas por etapas, instaurando políticas de defensa no ofensiva y no provocativa, y en cambio, gobiernos como el de la época de Aznar, nos hipotecaban por décadas tras la estúpida decisión de comprar gran cantidad de armamento pesado que no vamos a utilizar nunca, pero que contenta a los militares, genera empleo en unas pocas empresas, y nos arruina a los demás.

Por si no tuviéramos bastante con lo dicho anteriormente, hay que recordar que el militarismo y el rearme se contagian, porque funcionan bajo los esquemas de acción-reacción. Yo me armo porque tú te armas, en una infantil y machista competición de quién los tiene más grandes. Estados Unidos, además, percibe la zona asiática como una futura amenaza, y mueve ya sus peones para reabrir bases militares en el Pacífico, poniendo su grano de arena al aumento de gastos militares de Rusia, China y Japón, amén de numerosos países asiáticos que han pasado por años gloriosos de crecimiento económico, que les permite gastar inmensas sumas en la compra de armamento.

El Papa Francisco, que parece una persona sensata, debería estirar las orejas a los mandatarios que lo visitan, como ha hecho Obama, y decirles al oído que no sólo batallará contra la pobreza, sino también a favor de la paz duradera que sólo se consigue con el desarme gradual y generalizado, la desmilitarización de la seguridad y la confianza y cooperación entre las naciones, haciendo desaparecer los bloques de enfrentamiento y el estímulo de las imágenes de enemigo. Admitamos que vivimos en un mundo plural, que el respeto es más saludable que el odio, que hay que hacer desaparecer el miedo al otro y que hay que respetar que los pueblos se junten o se divorcien, si esa es su voluntad y lo hacen de forma pacífica. Las políticas que no admiten el divorcio hacen el mismo daño que las que te obligan a convivir con quien no quieres. Hablemos de ello razonablemente, sin ocupaciones militares previas ni reacciones amenazantes, y volvamos a pensar en las ventajas de la seguridad compartida.

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