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¿Una política de paz desde EEUU?

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
Publicado en Público.es

La divulgación de la Estrategia de Seguridad Nacional es siempre un momento relevante de la política estadounidense, puesto que pone de relieve las verdaderas intenciones del nuevo presidente en el conjunto de su política interna y externa. Y la estrategia de la Administración Obama está llena de novedades. Y es que el símbolo del “Yes, we can” preside el contenido de dicho documento, que echa por la borda cualquier atisbo de la política imperial del pasado, en particular la exterior, y sienta las bases de una nueva manera dentender el mundo y de relacionarse con él.

El documento incluso finaliza con una apelación a la imaginación moral, un concepto divulgado por el investigador para la paz John Paul Lederach, y que se refiere a la capacidad de innovar para la paz a partir de la constancia y la mentalidad abierta. Es una pequeña observación de un documento que le apuesta a los desafíos del futuro con bastante valentía y franqueza, con profundo realismo y con la dosis necesaria de espíritu multilateral, que ha de compatibilizar, eso sí, con la constante apelación al liderazgo estadounidense en todos los órdenes.

Pero, al margen de ese orgullo, la nueva estrategia nacional estadounidense tiene más parecido a un documento del sistema de Naciones Unidas que a los antiguos documentos elaborados por el Pentágono o la CIA. La apuesta por la acción colectiva, el consenso, la prevención de conflictos, la promoción de África, hacer frente al cambio climático, aceptar a los países emergentes, promover los derechos humanos y las normas internacionales, invertir en diplomacia y en desarrollo, etc., son aspectos que en teoría han de hacerse compatibles con los intereses nacionales estadounidenses y con los tres valores que el documento en cuestión defiende: dignidad, tolerancia e igualdad entre todos.

El documento dedica especial atención a las amenazas más inmediatas producidas por Al-Qaeda y a los contextos conflictivos de Irak y Afganistán. En estos dos últimos países, se apuesta por la democratización como base para la pacificación sin descartar el diálogo interno con los talibanes para el caso afgano, siguiendo los esfuerzos del presidente Karzai en la recientemente celebrada “loya jirga” para la reconciliación. Hay un capítulo especial dedicado al conflicto entre Israel y Palestina, con una mención expresa a la urgencia de crear dos estados que se respeten y puedan convivir con seguridad y prosperidad.

Se menciona igualmente a Sudán, tanto para que no se malogre el Acuerdo de Paz de 2005 como para conseguir la paz en la región de Darfur.

Pero Estados Unidos podría liderar más procesos de paz, usando su influencia diplomática de forma directa o participando de forma conjunta en organismos multilaterales. Un caso urgente es el del Kurdistán, completamente estancado o en fase de retroceso, que podría coger nuevos impulsos si Estados Unidos ofreciera sus buenos oficios para abrir un diálogo sincero entre los kurdos y el Gobierno de Ankara, fortaleciendo las primeras medidas democratizadoras impulsadas por el primer ministro Erdogan y ampliándolas a otras que satisfagan las demandas de reconocimiento del pueblo kurdo. Turquía es un fiel aliado de Estados Unidos, y esto debería ser aliciente para implicarse más en el conflicto de Chipre, para que quede definitivamente resuelto por la vía del diálogo en el transcurso de este año. No muy lejos de este escenario, Estados Unidos es miembro del Grupo de Minsk de la OSCE que actúa de facilitadora en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave de Nagorno-Karabaj. Allí hay un documento sobre la mesa, el llamado “documento de Madrid”, prometedor y lleno de realismo, que permitiría encontrar una salida a este viejo contencioso. Un empujón de Estados Unidos sería decisivo para resolver este conflicto.

En el continente asiático, Estados Unidos podría jugar un papel importante en la promoción de las medidas de confianza que se intercambian India y Pakistán para resolver el conflicto de Cachemira, en una estrategia que persigue diluir la frontera y fortalecer la cooperación económica para la región. También podría usar su ascendencia sobre Filipinas para fortalecer los actuales diálogos del gobierno filipino con el Frente Moro de Liberación Islámica y los que puedan consolidarse con el Nuevo Ejército del Pueblo, la guerrilla comunista que ha manifestado su disposición a negociar.

Finalmente, Estados Unidos puede jugar un papel decisivo en el desbloqueo de la situación del Sáhara Occidental, en la medida en que tiene ascendencia sobre Marruecos y el Frente Polisario ve con buenos ojos que el enviado especial del secretario general de Naciones Unidas sea precisamente estadounidense. Son sólo algunos ejemplos de actuaciones que el Departamento de Estado podría fortalecer en los próximos tiempos, en consonancia con el nuevo estilo que propugna la nueva estrategia de seguridad y los valores que incorpora para su actuación en el exterior, y que podrían convertir a Estados Unidos en un país con un mayor liderazgo en la promoción de la paz internacional, alejándose de una tradicional posición en la que sus intereses imperiales le hicieron desatender numerosos escenarios conflictivos que requerían de diplomacias de paz.

Ilustración de Javier Olivares

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