Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
A principios de enero de este año, el rey de Marruecos, Mohamed VI, anunció la creación de la Comisión Consultiva para la Regionalización (CCR), que deberá sentar las bases del proceso de regionalización en el país que comenzará en las llamadas provincias del sur (Sáhara Occidental). La Comisión está presidida por el ex embajador de Marruecos en España, Omar Azziman. En un discurso a principios de enero, el monarca aseveró que la renovación del Estado marroquí supondrá la transferencia de poderes y competencias desde Rabat a las regiones y destacó que su país no puede permanecer impasible ante las acciones de los enemigos de la integridad territorial marroquí. Inicialmente, la comisión debería haber presentado su propuesta en junio, pero luego se amplió el plazo hasta finales de año. Dentro de unas semanas, pues, se verá hasta donde está dispuesto Marruecos a llegar en su propuesta autonómica. En todo caso, la propuesta de autonomía del Sáhara sufre un notable retraso, pues habrán pasado más de tres años y medio entre que salgan las primeras propuestas en 2011 y la fecha en que se hizo pública la propuesta marroquí de autonomía del Sáhara, en abril de 2007 El líder del Frente POLISARIO, Mohamed Abdelaziz, envió en abril una dura y crítica misiva al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en la que expresó decepción por su falta de liderazgo y voluntad para cumplir el mandato de la ONU en el territorio del Sáhara Occidental, disputado por Marruecos y los saharauis. En la carta el dirigente saharaui reconocía su indignación con Ban Ki-moon, en especial por el último informe periódico emitido al Consejo de Seguridad sobre la situación en el Sáhara Occidental. Abdelaziz consideró que el documento no reflejaba de manera objetiva los acontecimientos del último año y que el secretario general había cedido ante algunas de las tesis defendidas por Marruecos, por ejemplo, al mencionar apenas la realización de un referéndum, reclamado por los saharauis. Lo cierto, sin embargo, es que la última resolución del Consejo de Seguridad que mencionó el referéndum data de hace diez años, concretamente la resolución del 30 de octubre del 2000. Desde entonces sólo se pide una “solución justa, duradera y mutuamente aceptable que permita la libre determinación del pueblo del Sáhara Occidental”. Lo que se aboga desde el Consejo de Seguridad es, pues, un acuerdo entre las partes, sin imponer una solución predeterminada. Esto es lo que se busca en los encuentros informales que recientemente se han celebrado cerca de Nueva York, en donde las partes han reiterado sus posiciones conocidas desde hace tiempo, esto es, la autonomía y el referéndum con opción a la independencia, propuesta ésta última que Marruecos se niega a debatir, mientras que el Frente Polisario no pone objeción a que Marruecos se exprese.
¿Hasta cuándo puede durar esta situación de “impasse”? Hasta siempre mientras se mantengan las mismas posiciones, pero por menos tiempo si se centran en las verdaderas necesidades. Y ahí me atrevería a afirmar que podría existir un punto de convergencia. Marruecos está dispuesta a conceder una autonomía, pero está por ver con qué grado y calidad. Se ha dicho que a la catalana, pero lo cierto es que en Catalunya existen ya muchos años de experiencia autonómica, mientras que en Marruecos está todo por hacer. Es una gran diferencia que marca incertidumbres y genera desconfianza en el Frente Polisario. La otra gran cuestión es si los saharauis podrían renunciar o al menos aplazar el referéndum. ¿Podrían aceptar un autogobierno avanzado como primera etapa, dando un margen para su implementación, y dejar para diez o quince años después la posibilidad de realizar un referéndum que valide la experiencia desarrollada? Para realizar un plan como el señalado, se necesita sin embargo de otro clima al actual. Se necesita pasar de la sospecha al acuerdo. Y ahí es donde entran los derechos humanos.
El enviado especial de Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, Christopher Ross, ya manifestó hace unos meses, antes de los graves acontecimientos de noviembre, su preocupación por la situación de los derechos humanos en el Sáhara. “Desde que fui nombrado –señaló- he sugerido a mis interlocutores marroquíes que si desean que el Polisario acepte su visión de un Sáhara autónomo deben demostrar sus buenas intenciones y ser indulgentes con los activistas saharauis independentistas en vez de constreñir su libertad de movimiento y de expresión”. En otras palabras, lo que Ross pretendía señalar es que el futuro autonómico del Sáhara no será realidad hasta que Marruecos adopte una estrategia de tolerancia y seducción, y no de represión, hacia la población saharaui favorable a la autodeterminación. Con el actual clima de tensión sólo puede haber una autonomía de exclusión, en la que los partidarios del Frente Polisario no tienen cabida. Y por ahí no se encontrará el camino de la solución. Marruecos ha de entender que a cambio de no celebrarse un referéndum de independencia, tiene que hacer del Sáhara un territorio donde el respeto de los derechos humanos, de todos sin excepción, sea su tarjeta de presentación. Y eso implica un cambio radical de planteamiento, que incluye la aceptación de que en el Sáhara hayan saharauis que puedan desear ser independientes, y se les respete en esta opción, como en Catalunya se respeta a los independentistas. Si se conviene que habrá una transición autonómica, los saharauis habrán de aceptar que la opción independentista no será para mañana, sino tan sólo una posibilidad de futuro, un futuro en el que el nivel de satisfacción por la experiencia autonómica moldeará las opciones. El día hipotético en que Marruecos cambie el palo por la zanahoria en los territorios ocupados, se habrá dado un paso de gigante para la resolución definitiva del contencioso, porque no será mediante la represión que se encuentre una salida, sino mediante una propuesta que seduzca a la población saharaui, tanto a la que ya vive en la zona ocupada como a la que habita en los campos de refugiados.
¿Hasta cuándo puede durar esta situación de “impasse”? Hasta siempre mientras se mantengan las mismas posiciones, pero por menos tiempo si se centran en las verdaderas necesidades. Y ahí me atrevería a afirmar que podría existir un punto de convergencia. Marruecos está dispuesta a conceder una autonomía, pero está por ver con qué grado y calidad. Se ha dicho que a la catalana, pero lo cierto es que en Catalunya existen ya muchos años de experiencia autonómica, mientras que en Marruecos está todo por hacer. Es una gran diferencia que marca incertidumbres y genera desconfianza en el Frente Polisario. La otra gran cuestión es si los saharauis podrían renunciar o al menos aplazar el referéndum. ¿Podrían aceptar un autogobierno avanzado como primera etapa, dando un margen para su implementación, y dejar para diez o quince años después la posibilidad de realizar un referéndum que valide la experiencia desarrollada? Para realizar un plan como el señalado, se necesita sin embargo de otro clima al actual. Se necesita pasar de la sospecha al acuerdo. Y ahí es donde entran los derechos humanos.
El enviado especial de Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, Christopher Ross, ya manifestó hace unos meses, antes de los graves acontecimientos de noviembre, su preocupación por la situación de los derechos humanos en el Sáhara. “Desde que fui nombrado –señaló- he sugerido a mis interlocutores marroquíes que si desean que el Polisario acepte su visión de un Sáhara autónomo deben demostrar sus buenas intenciones y ser indulgentes con los activistas saharauis independentistas en vez de constreñir su libertad de movimiento y de expresión”. En otras palabras, lo que Ross pretendía señalar es que el futuro autonómico del Sáhara no será realidad hasta que Marruecos adopte una estrategia de tolerancia y seducción, y no de represión, hacia la población saharaui favorable a la autodeterminación. Con el actual clima de tensión sólo puede haber una autonomía de exclusión, en la que los partidarios del Frente Polisario no tienen cabida. Y por ahí no se encontrará el camino de la solución. Marruecos ha de entender que a cambio de no celebrarse un referéndum de independencia, tiene que hacer del Sáhara un territorio donde el respeto de los derechos humanos, de todos sin excepción, sea su tarjeta de presentación. Y eso implica un cambio radical de planteamiento, que incluye la aceptación de que en el Sáhara hayan saharauis que puedan desear ser independientes, y se les respete en esta opción, como en Catalunya se respeta a los independentistas. Si se conviene que habrá una transición autonómica, los saharauis habrán de aceptar que la opción independentista no será para mañana, sino tan sólo una posibilidad de futuro, un futuro en el que el nivel de satisfacción por la experiencia autonómica moldeará las opciones. El día hipotético en que Marruecos cambie el palo por la zanahoria en los territorios ocupados, se habrá dado un paso de gigante para la resolución definitiva del contencioso, porque no será mediante la represión que se encuentre una salida, sino mediante una propuesta que seduzca a la población saharaui, tanto a la que ya vive en la zona ocupada como a la que habita en los campos de refugiados.