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La segunda oleada del desarme.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
elpais.com

En el Siglo XXI han vuelto a surgir la políticas armamentistas y hoy se gasta en armas y aparatos militares más que nunca.

Durante los años sesenta, setenta y ochenta, el mundo vivió una locura sumamente peligrosa de la mano de las dos grandes potencias militares, Estados Unidos y la Unión Soviética, enfrascados en una carrera armamentista que puso al planeta al borde del abismo de la destrucción, a causa de la gran cantidad de armas nucleares, químicas y biológicas, amén de las convencionales, que se acumulaban en sus arsenales, e instaurando además un orden, el militarismo, que fue adoptado por la mayor parte de los países del planeta, llegando a extremos imposibles de justificar desde una mente racional. El llamado “sistema-guerra” imperante en aquel entonces, intentaba justificar un sinfín de conflictos armados que, en su mayor parte, se desarrollaban en la periferia, en el llamado Tercer Mundo, convertido en el campo de batalla de la confrontación de las dos grandes potencias, ya que merced a la “destrucción mutua asegurada” que hubiera supuesto la utilización de las armas nucleares entre ellas, libraban su particular batalla de intereses en el Sur, que ponía los muertos.

En aquella época se impuso una feroz carrera por los gastos militares, que iban creciendo año tras año por todos los continentes, castigando especialmente a los países pobres que, merced a ese orden internacional dominado por las grandes potencias, se veían obligados a comprar grandes cantidades de armas fabricadas por un selecto grupo de países del Norte, curiosamente los países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que teóricamente eran, y son todavía, los encargados de promocionar la paz y la seguridad a nivel global. La guerra, además de destructiva, se convirtió en un negocio sumamente rentable, como también lo era la disuasión, es decir, la no-guerra, en el marco del militarismo universal.

La irracionalidad de este orden de cosas y su tamaña estupidez, por fortuna chocó con una opinión pública cada vez más sensibilizada por los peligros del rearme y del militarismo. Intelectuales, académicos y científicos de todo el mundo alzaron su voz contra este absurdo, y miles de ciudadanos de todos los continentes se movilizaron para denunciar el peligro de estas políticas. Se crearon movimientos y organizaciones, se hicieron campañas nacionales e internacionales y se empezó a sensibilizar sobre la necesidad de proceder al desarme, como antídoto de las políticas de destrucción. La gran ola de contestación tuvo su punto álgido en los años ochenta, en plena Guerra Fría, y obtuvo sus resultados en los años noventa, en que el desarme era ya una política pública y una necesidad reconocida por la mayoría de los Estados. En términos generales, se redujo el peligro de una guerra nuclear, se prohibieron determinadas armas y se redujeron los gastos militares…. hasta que entrados ya en el Siglo XXI, han vuelto a surgir políticas armamentistas que nos recuerdan a los viejos tiempos y nos obligan a sacar de nuevo las banderas del desarme que teníamos guardadas en el armario de la historia. En otras palabras, el mundo de hoy gasta en armas y aparatos militares más que nunca, y esto nos obliga a plantearnos de nuevo los riesgos de este orden universal y de la necesidad de proceder a una nueva oleada de desarme, la segunda, que permita poner las cosas en su sitio, para que las políticas de defensa y seguridad sean compatibles con el desarrollo humano, en lo que se ha denominado la “seguridad humana”. En los últimos años se han conseguido ya importantes objetivos en materia de desarme. La segunda oleada del desarme empezó con la prohibición de las armas químicas, las minas antipersona y las bombas de racimo. Ha de continuar con políticas de seguridad menos militarizadas, la reducción de los gastos militares, el control del comercio de armas, el Tratado que regula exportaciones (se discutirá en julio en Naciones Unidas), el control de las armas ligeras, el aumento de las medidas de confianza y el apoyo a los programas de desarme, desmovilización y reinserción de excombatientes. Una agenda de desarme para la segunda década de este siglo.

Ver también

Postconflicto y postviolencia armada.

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