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Postconflicto y postviolencia armada.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

Iniciados ya los diálogos de paz entre el Gobierno y las FARC, resulta oportuno empezar a pensar en lo que llama el “postconflicto”, aunque en realidad lo apropiado sería referirse a la postviolencia armada, es decir, a lo que ocurriría si cesara la confrontación armada presente. El postconflicto implicaría superar o estar en proceso de superación de lo que es el conflicto, que abarca no sólo a la confrontación con la guerrilla, sino disminuir la pobreza y las desigualdades sociales, y controlar el narcotráfico y las bandas criminales, entre otros aspectos.En la postviolencia armada habrá que abordarse el desarme, desmovilización y reinserción de la guerrilla. Por fortuna, Colombia dispone ya de un instrumento con experiencia, la Oficina Colombiana de Reintegración, que desde ahora mismo tendrá que pensar cómo atender a los miles de combatientes que, si todo sale bien, en un tiempo dejarán las armas. El tema será objeto de tratamiento en la mesa de diálogos de Cuba, por lo que las FARC participarán en el diseño de la desmovilización. Habrá que evitar los errores acaecidos en el proceso con las AUC, y sería bueno que el sector empresarial empezara a pensar en su contribución para dar empleo a los jóvenes combatientes, previa etapa de formación profesional.

En la mesa de diálogos, en estos momentos se está tratando el tema agrario, que necesita reformas en profundidad en una perspectiva de desarrollo humano. Seguramente se lograrán acuerdos, que habrá que implementar y verificar en una fase posterior. Eso también forma parte del postconflicto, como cualquier otro acuerdo político, económico y social que resulte de la negociación, como el tema del narcotráfico, que sí está en la agenda de diálogos.

La postviolencia armada debería producir un “dividendo del desarme”, es decir, una liberación de recursos que hasta ahora han sido destinados a la guerra, y que en el futuro deberán dedicarse a inversión social. Eso significa una reforma del sistema de seguridad, con una disminución considerable del gasto militar y de los efectivos militares. Las Fuerzas Armadas no deberían resistirse a ese cambio inevitable, pues de lo contrario se mantendría una estructura ociosa y sin función alguna. Lo razonable sería reducir las fuerzas militares a la mitad, como mínimo, y situar el gasto militar por debajo del 2% del PIB. La plata ahorrada podría dirigirse a los sectores objeto de reforma como consecuencia de las negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla. Esto sí sería una buena contribución al postconflicto.

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Josep Mª Royo Aspa, Investigador de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de …