Cécile Barbeito, Investigadora de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona
Solidària, Butlletí de Cooperació, Solidaritat i Pau de l’Ajuntament de Sant Boi de Llobregat
¿Qué significa para ti la Cultura de Paz?
Me gusta pensar que tiene dos dimensiones: la Cultura de Paz como componente de las culturas, como una forma de pensar y de ver las cosas que influye sobre todo lo que tenemos alrededor. Y también Cultura de Paz como un cultivo, un cuidado cotidiano. La dimensión cultural de la Cultura de Paz, obliga a percibir, interpretar y crear las cosas con voluntad de entendimiento, con empatía y con espíritu constructivo. La dimensión de cultivo de la Cultura de Paz, con una vertiente más aplicada, invita a esforzarse cada día para identificar las pequeñas y grandes contribuciones que puede hacer cada persona para contribuir a la paz, y llevarlas a la práctica en todo momento.
¿Qué importancia tienen las personas que trabajan por el fomento de la Cultura de Paz en la sociedad?
Una cosa es la importancia que podamos tener, y la otra la capacidad real de influencia que tengamos efectivamente. Hay gente que fomenta la Cultura de Paz en muy diferentes ámbitos: Educando para la paz en las escuelas, mediando entre vecinos para apaciguar confrontaciones, y promoviendo campañas de todo tipo. Pero la sensación es que a pesar de la diversidad de acciones que pueden llevarse a cabo, se nada a contracorriente. Por lo que por muchos esfuerzos que se hagan, siempre se quedan cortos. Las decisiones políticas o las prácticas empresariales que privan a las personas de sus necesidades básicas (como el acceso al agua, a vivienda, a un trabajo digno), la banalización de la violencia en la selección de contenidos de las noticias, la cantidades desproporcionadas de escenas violentas en televisión, videojuegos, entre otros muchos factores aún tienen infinitamente más peso del que pueden tener los esfuerzos para extender la Cultura de Paz.
¿Cuáles son las principales dificultades con las que os encontráis para poder desarrollar vuestro trabajo?
Hay quien percibe la paz como un símbolo, como un ideal. Esta concepción abstracta hace que se tome poco en serio, que se vea como un movimiento con buenas intenciones pero poca chicha, o que demasiadas veces se releguen los temas de Cultura de Paz en ámbitos «blandos» como la sensibilización, o una educación descafeinada: ¿a quién no le parece bien que se hagan jornadas a favor de la paz en las escuelas y los niños y niñas formen el símbolo de la paz con sus cuerpos o hagan dibujos a favor de la paz en el mundo? Pero ¿hasta qué punto estas acciones contribuyen realmente a la paz?
La Cultura de Paz tiene, o debería tener, un componente mucho más político y aterrizado. Esto quiere decir que cuando se hace sensibilización y educación para la Cultura de Paz, hay que ser muy crítico, identificar las raíces de la violencia, y las personas y las instituciones responsables que son un impedimento para la paz. Pero también quiere decir que hay que ir más allá de la educación y la sensibilización, y tratar de cambiar las leyes injustas y violentas, lograr que las políticas y la puesta en práctica de estas políticas protejan a los más vulnerables. La paz no puede ser sólo un símbolo: debe ser una práctica y un sistema. Una práctica de las personas en su día a día en cada gesto que hacen y en cada decisión que toman. La paz también debe ser un sistema institucionalizado, para que aunque cambien las personas, se garanticen las prácticas de paz. Una dificultad, pues, es conseguir plasmar la idea de paz no sólo en acciones de día a día, sino en un nivel más alto, en las estructuras de las organizaciones, de las políticas…
Por otra parte, promover la paz no quiere decir si a todo. Significa reforzar los factores que favorecen la paz, pero también debilitar los factores que la perjudican. Aunque esto suponga un cierto grado de confrontación, que no quiere decir violencia. Encontrar ese equilibrio para promover la paz con todas las fuerzas, pero sin caer en estrategias violentas, especialmente cuando te encuentras ante contrincantes poderosos, es ciertamente una dificultad.
¿Cuáles deberían ser los principales objetivos y estrategias para la construcción de paz?
Tal como lo veo, se puede promover la Cultura de Paz mediante tres grandes tipos de acciones:
Uno es intentar paliar los impactos, las consecuencias de la violencia. Algunos ejemplos pueden ser la atención a las víctimas de violencia doméstica o personas con trauma por haber vivido una guerra, el cuidado de heridos, el apoyo a personas a encontrar familiares desaparecidos, etc.
Otro es tratar de influir en las raíces de la violencia, en sus causas, como, por ejemplo, velar por que los recursos naturales no sean un motivo de confrontación, promover gobiernos más democráticos y que respeten los derechos de las minorías, reducir la proliferación de armas en el mundo, limar los discursos del odio …
Una tercera aproximación es fortalecer las capacidades de la gente en promover la paz, ya sea formando en resolución de conflictos, mediación, favorecer procesos de diálogo…
Personalmente opino que, entre estas tres estrategias, es fundamental influir en las raíces de violencia. Si no nos esforzamos para cerrar el grifo deberemos estar achicando sin parar. Hay una problemática que me parece especialmente transversal a muchos otros problemas (crimen organizado, comercio de armas, terrorismo, aumento de las desigualdades, corrupción política y empresarial, expolio de dinero público…), que son la existencia de los paraísos fiscales. Eliminar la opacidad financiera y controlar mejor las transferencias financieras permitiría cerrar el grifo a muchos negocios ilícitos. Sin duda es una prioridad para mí.
¿Qué pueden hacer los ciudadanos y municipios a favor de la paz?
La ciudadanía puede, para acabar con la violencia, participar en campañas de desarme y desmilitarización (a favor de un mayor control del comercio de armas, apoyando objetores de conciencia, rechazar la investigación militar, etc.); apoyando a organizaciones que toman cuidado de víctimas de los conflictos (menores soldado, mujeres agredidas sexualmente, personas refugiadas, víctimas de minas, etc.); no colaborar con quien se beneficia de las guerras (guardar los ahorros en banca ética, que no invierta en industria militar, no consumir productos – como minerales, petróleo, maderas, drogas – que provienen de países en conflicto armado; relacionarse con las personas de alrededor con empatía y voluntad de comprensión; apoyar iniciativas de paz …)
Dentro de los municipios, los ayuntamientos pueden tomar medidas para prevenir la violencia física (como cuidar de las personas para que no «descarrilen» en opciones violentas, diseñar el entorno para que sea más seguro, luchar contra el crimen organizado), facilitar la transformación de conflictos (promoviendo la confianza entre los vecinos, favoreciendo la mediación comunitaria, etc.), promover la convivencia entre colectivos con diferentes necesidades (hacer compatibles las necesidades de jóvenes, mayores, mujeres, personas con movilidad reducida, inmigrantes), educar para la paz (a escuelas, madrigueras, o espacios no formales), o velar por que todo lo que hace el municipio sea coherente con la paz (desde los valores que los nombres de las calles, estatuas, etc . transmiten en el espacio público, hasta asegurarse de que las contrataciones públicas no van a parar a empresas que promueven la cultura de la violencia, discriminan minorías, etc.). De puertas para afuera, los municipios pueden promover la paz hermanándose con otras ciudades, apoyando proyectos de paz en países en conflicto… ¡No será por falta de cosas por hacer!
Me gusta pensar que tiene dos dimensiones: la Cultura de Paz como componente de las culturas, como una forma de pensar y de ver las cosas que influye sobre todo lo que tenemos alrededor. Y también Cultura de Paz como un cultivo, un cuidado cotidiano. La dimensión cultural de la Cultura de Paz, obliga a percibir, interpretar y crear las cosas con voluntad de entendimiento, con empatía y con espíritu constructivo. La dimensión de cultivo de la Cultura de Paz, con una vertiente más aplicada, invita a esforzarse cada día para identificar las pequeñas y grandes contribuciones que puede hacer cada persona para contribuir a la paz, y llevarlas a la práctica en todo momento.
¿Qué importancia tienen las personas que trabajan por el fomento de la Cultura de Paz en la sociedad?
Una cosa es la importancia que podamos tener, y la otra la capacidad real de influencia que tengamos efectivamente. Hay gente que fomenta la Cultura de Paz en muy diferentes ámbitos: Educando para la paz en las escuelas, mediando entre vecinos para apaciguar confrontaciones, y promoviendo campañas de todo tipo. Pero la sensación es que a pesar de la diversidad de acciones que pueden llevarse a cabo, se nada a contracorriente. Por lo que por muchos esfuerzos que se hagan, siempre se quedan cortos. Las decisiones políticas o las prácticas empresariales que privan a las personas de sus necesidades básicas (como el acceso al agua, a vivienda, a un trabajo digno), la banalización de la violencia en la selección de contenidos de las noticias, la cantidades desproporcionadas de escenas violentas en televisión, videojuegos, entre otros muchos factores aún tienen infinitamente más peso del que pueden tener los esfuerzos para extender la Cultura de Paz.
¿Cuáles son las principales dificultades con las que os encontráis para poder desarrollar vuestro trabajo?
Hay quien percibe la paz como un símbolo, como un ideal. Esta concepción abstracta hace que se tome poco en serio, que se vea como un movimiento con buenas intenciones pero poca chicha, o que demasiadas veces se releguen los temas de Cultura de Paz en ámbitos «blandos» como la sensibilización, o una educación descafeinada: ¿a quién no le parece bien que se hagan jornadas a favor de la paz en las escuelas y los niños y niñas formen el símbolo de la paz con sus cuerpos o hagan dibujos a favor de la paz en el mundo? Pero ¿hasta qué punto estas acciones contribuyen realmente a la paz?
La Cultura de Paz tiene, o debería tener, un componente mucho más político y aterrizado. Esto quiere decir que cuando se hace sensibilización y educación para la Cultura de Paz, hay que ser muy crítico, identificar las raíces de la violencia, y las personas y las instituciones responsables que son un impedimento para la paz. Pero también quiere decir que hay que ir más allá de la educación y la sensibilización, y tratar de cambiar las leyes injustas y violentas, lograr que las políticas y la puesta en práctica de estas políticas protejan a los más vulnerables. La paz no puede ser sólo un símbolo: debe ser una práctica y un sistema. Una práctica de las personas en su día a día en cada gesto que hacen y en cada decisión que toman. La paz también debe ser un sistema institucionalizado, para que aunque cambien las personas, se garanticen las prácticas de paz. Una dificultad, pues, es conseguir plasmar la idea de paz no sólo en acciones de día a día, sino en un nivel más alto, en las estructuras de las organizaciones, de las políticas…
Por otra parte, promover la paz no quiere decir si a todo. Significa reforzar los factores que favorecen la paz, pero también debilitar los factores que la perjudican. Aunque esto suponga un cierto grado de confrontación, que no quiere decir violencia. Encontrar ese equilibrio para promover la paz con todas las fuerzas, pero sin caer en estrategias violentas, especialmente cuando te encuentras ante contrincantes poderosos, es ciertamente una dificultad.
¿Cuáles deberían ser los principales objetivos y estrategias para la construcción de paz?
Tal como lo veo, se puede promover la Cultura de Paz mediante tres grandes tipos de acciones:
Uno es intentar paliar los impactos, las consecuencias de la violencia. Algunos ejemplos pueden ser la atención a las víctimas de violencia doméstica o personas con trauma por haber vivido una guerra, el cuidado de heridos, el apoyo a personas a encontrar familiares desaparecidos, etc.
Otro es tratar de influir en las raíces de la violencia, en sus causas, como, por ejemplo, velar por que los recursos naturales no sean un motivo de confrontación, promover gobiernos más democráticos y que respeten los derechos de las minorías, reducir la proliferación de armas en el mundo, limar los discursos del odio …
Una tercera aproximación es fortalecer las capacidades de la gente en promover la paz, ya sea formando en resolución de conflictos, mediación, favorecer procesos de diálogo…
Personalmente opino que, entre estas tres estrategias, es fundamental influir en las raíces de violencia. Si no nos esforzamos para cerrar el grifo deberemos estar achicando sin parar. Hay una problemática que me parece especialmente transversal a muchos otros problemas (crimen organizado, comercio de armas, terrorismo, aumento de las desigualdades, corrupción política y empresarial, expolio de dinero público…), que son la existencia de los paraísos fiscales. Eliminar la opacidad financiera y controlar mejor las transferencias financieras permitiría cerrar el grifo a muchos negocios ilícitos. Sin duda es una prioridad para mí.
¿Qué pueden hacer los ciudadanos y municipios a favor de la paz?
La ciudadanía puede, para acabar con la violencia, participar en campañas de desarme y desmilitarización (a favor de un mayor control del comercio de armas, apoyando objetores de conciencia, rechazar la investigación militar, etc.); apoyando a organizaciones que toman cuidado de víctimas de los conflictos (menores soldado, mujeres agredidas sexualmente, personas refugiadas, víctimas de minas, etc.); no colaborar con quien se beneficia de las guerras (guardar los ahorros en banca ética, que no invierta en industria militar, no consumir productos – como minerales, petróleo, maderas, drogas – que provienen de países en conflicto armado; relacionarse con las personas de alrededor con empatía y voluntad de comprensión; apoyar iniciativas de paz …)
Dentro de los municipios, los ayuntamientos pueden tomar medidas para prevenir la violencia física (como cuidar de las personas para que no «descarrilen» en opciones violentas, diseñar el entorno para que sea más seguro, luchar contra el crimen organizado), facilitar la transformación de conflictos (promoviendo la confianza entre los vecinos, favoreciendo la mediación comunitaria, etc.), promover la convivencia entre colectivos con diferentes necesidades (hacer compatibles las necesidades de jóvenes, mayores, mujeres, personas con movilidad reducida, inmigrantes), educar para la paz (a escuelas, madrigueras, o espacios no formales), o velar por que todo lo que hace el municipio sea coherente con la paz (desde los valores que los nombres de las calles, estatuas, etc . transmiten en el espacio público, hasta asegurarse de que las contrataciones públicas no van a parar a empresas que promueven la cultura de la violencia, discriminan minorías, etc.). De puertas para afuera, los municipios pueden promover la paz hermanándose con otras ciudades, apoyando proyectos de paz en países en conflicto… ¡No será por falta de cosas por hacer!