Marina Caireta, Investigadora de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona
He tenido el privilegio de ser invitada al Encuentro Nacional de Educación para la Paz realizado en Bogotá los días 1 y 2 de octubre. En él se respiraban aires optimistas de paz a la espera de la firma de los acuerdos de La Habana, pero también de que los acuerdos son solo el inicio de un proceso complejo de deconstrucción de la cultura de la violencia y cultivo de una cultura de paz.
En los 37 acuerdos de paz firmados entre los años 1989 y 2005 solo 4 incluyeron alguna referencia a la educación para la paz. No es habitual que esa sea una prioridad de los «guerreros» de uno y otro lado. En las actuales negociaciones con las FARC sí que se ha introducido algún punto referente a la educación para la paz, en el Acuerdo sobre Participación Política, pero de forma breve y tangencial. Entiendo pues, que para que se dé espacio a la necesaria política pública en educación para la paz debe haber un lobby fuerte de la sociedad civil organizada que lo exija.
Colombia ha estado durante años atravesada por una profunda violencia, pero también es sabido que junto a esta violencia han convivido innumerables experiencias constructoras de paz. En la etapa que se avecina de postacuerdo, será importante reconocer y visibilizar estas múltiples experiencias constructoras de paz que se han desarrollado a lo largo y ancho del país Éste es un activo de vida, resiliencia y creatividad a valorizar como actor relevante en esta nueva fase, tanto por la misma gente que las construye apoderándose ella misma, como por el gobierno y otras administraciones.
Desde mi perspectiva, las personas y grupos implicados en ellas tienen ahora un doble papel de gran calibre: Por un lado impulsar nuevas experiencias y proyectos de educación para la paz en los diferentes niveles de la población: escuelas, comunidades, medios de comunicación, administraciones, etc.
Por el otro, presionar al Gobierno y sus instancias, y también a la oposición, para que los planes y actuaciones de educación para la paz previstos sean suficientes y suficientemente acertados y articulados, con un discurso impregnado por un consenso ético de mínimos.
Para ello el Gobierno debe marcar, en diálogo con esta sociedad civil, las directrices, el mínimo código común necesario para avanzar en la educación para la paz. Éste también debe reconocer y apoyar las capacidades de los territorios para que autónomamente desarrollen sus propios planes, con recursos y apoyo del gobierno.
Recuérdese que hay buenas experiencias, como Euskadi o Irlanda, que pueden servir de inspiración. En ellas los muchos esfuerzos que se hicieron y se están haciendo en educación para la paz, desde la política pública, están dando frutos bien interesantes difíciles de hacer desde otros lugares. Estos frutos ayudan a avanzar hacia el «Encuentro social», que es más que la reconciliación, es el saber convivir con el otro diferente, el superar la imagen del otro como enemigo, el adquirir habilidades para la paz, para saber transformar los conflictos, para cultivar relaciones harmoniosas -y con conflictos-, para organizarse de forma democrática, etc. Todas ellas capacidades individuales y colectivas que si no se cultivan desde «abajo» no llegaran arriba, y si desde arriba no se «promueven» es mucho más duro y lento levantarlas desde abajo, es imprescindible esta sinergia.
Finalmente, y quizás éste sea su reto más complicado, las organizaciones promotoras de educación para la paz deben comprometerse con la propia transformación personal y colectiva. Ello requiere ahondar en las propias habilidades de construcción de paz y convivencia, y también en las metodologías pedagógicas usada para educar para la paz. Ellas tienen la responsabilidad de mostrar desde su propio ejemplo cómo avanzar de forma solidaria, articulada y cooperativa.
En este encuentro pude observar que esta sociedad civil existe, es fuerte y es capaz de organizarse muy bien, de impulsar iniciativas, de ser un ejemplo. El mismo proceso de organización del encuentro, con más de 40 entidades implicadas y articuladas, es un interesante ejemplo a observar y acompañar.
En eso algunas entidades internacionales involucradas en la educación para la paz también estamos implicadas e intentaremos estar y acompañar. Conocemos el valor que tiene para las personas y colectivos que sufren la violencia recibir apoyo del extranjero, escuchando y compartiendo experiencias, aportando otras miradas y enfoques. Somos conscientes del papel que podemos ofrecer para avanzar en la superación de las violencias y la reducción de tanto sufrimiento.
Colombia tiene un gran reto por delante: la oportunidad de tejer un proceso de construcción de paz y de cultura de paz que la convierta en un ejemplo para muchas personas, que modifique la percepción exterior que tiene de país violento por una de país capaz de consolidar una paz duradera. Las personas interesadas en la educación para la paz estaremos muy atentas a ello esperando que Colombia se convierta en líder en esta materia, les animamos a ello.
En los 37 acuerdos de paz firmados entre los años 1989 y 2005 solo 4 incluyeron alguna referencia a la educación para la paz. No es habitual que esa sea una prioridad de los «guerreros» de uno y otro lado. En las actuales negociaciones con las FARC sí que se ha introducido algún punto referente a la educación para la paz, en el Acuerdo sobre Participación Política, pero de forma breve y tangencial. Entiendo pues, que para que se dé espacio a la necesaria política pública en educación para la paz debe haber un lobby fuerte de la sociedad civil organizada que lo exija.
Colombia ha estado durante años atravesada por una profunda violencia, pero también es sabido que junto a esta violencia han convivido innumerables experiencias constructoras de paz. En la etapa que se avecina de postacuerdo, será importante reconocer y visibilizar estas múltiples experiencias constructoras de paz que se han desarrollado a lo largo y ancho del país Éste es un activo de vida, resiliencia y creatividad a valorizar como actor relevante en esta nueva fase, tanto por la misma gente que las construye apoderándose ella misma, como por el gobierno y otras administraciones.
Desde mi perspectiva, las personas y grupos implicados en ellas tienen ahora un doble papel de gran calibre: Por un lado impulsar nuevas experiencias y proyectos de educación para la paz en los diferentes niveles de la población: escuelas, comunidades, medios de comunicación, administraciones, etc.
Por el otro, presionar al Gobierno y sus instancias, y también a la oposición, para que los planes y actuaciones de educación para la paz previstos sean suficientes y suficientemente acertados y articulados, con un discurso impregnado por un consenso ético de mínimos.
Para ello el Gobierno debe marcar, en diálogo con esta sociedad civil, las directrices, el mínimo código común necesario para avanzar en la educación para la paz. Éste también debe reconocer y apoyar las capacidades de los territorios para que autónomamente desarrollen sus propios planes, con recursos y apoyo del gobierno.
Recuérdese que hay buenas experiencias, como Euskadi o Irlanda, que pueden servir de inspiración. En ellas los muchos esfuerzos que se hicieron y se están haciendo en educación para la paz, desde la política pública, están dando frutos bien interesantes difíciles de hacer desde otros lugares. Estos frutos ayudan a avanzar hacia el «Encuentro social», que es más que la reconciliación, es el saber convivir con el otro diferente, el superar la imagen del otro como enemigo, el adquirir habilidades para la paz, para saber transformar los conflictos, para cultivar relaciones harmoniosas -y con conflictos-, para organizarse de forma democrática, etc. Todas ellas capacidades individuales y colectivas que si no se cultivan desde «abajo» no llegaran arriba, y si desde arriba no se «promueven» es mucho más duro y lento levantarlas desde abajo, es imprescindible esta sinergia.
Finalmente, y quizás éste sea su reto más complicado, las organizaciones promotoras de educación para la paz deben comprometerse con la propia transformación personal y colectiva. Ello requiere ahondar en las propias habilidades de construcción de paz y convivencia, y también en las metodologías pedagógicas usada para educar para la paz. Ellas tienen la responsabilidad de mostrar desde su propio ejemplo cómo avanzar de forma solidaria, articulada y cooperativa.
En este encuentro pude observar que esta sociedad civil existe, es fuerte y es capaz de organizarse muy bien, de impulsar iniciativas, de ser un ejemplo. El mismo proceso de organización del encuentro, con más de 40 entidades implicadas y articuladas, es un interesante ejemplo a observar y acompañar.
En eso algunas entidades internacionales involucradas en la educación para la paz también estamos implicadas e intentaremos estar y acompañar. Conocemos el valor que tiene para las personas y colectivos que sufren la violencia recibir apoyo del extranjero, escuchando y compartiendo experiencias, aportando otras miradas y enfoques. Somos conscientes del papel que podemos ofrecer para avanzar en la superación de las violencias y la reducción de tanto sufrimiento.
Colombia tiene un gran reto por delante: la oportunidad de tejer un proceso de construcción de paz y de cultura de paz que la convierta en un ejemplo para muchas personas, que modifique la percepción exterior que tiene de país violento por una de país capaz de consolidar una paz duradera. Las personas interesadas en la educación para la paz estaremos muy atentas a ello esperando que Colombia se convierta en líder en esta materia, les animamos a ello.