Josep Maria Royo, Investigador de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
africaye.org
El pasado mes de octubre se cumplieron 20 años desde que se iniciara una sucesión de guerras en la República Democrática del Congo (RDC) que todavía no han llegado a su fin. Aunque la intensidad de la violencia y sus consecuencias se han reducido gradualmente en estas dos décadas, en el país existe una creciente inestabilidad política derivada de la voluntad del presidente Joseph Kabila de eternizarse en el poder que se manifiesta con continuos brotes de violencia política y represión gubernamental de la oposición, que intenta evitar esta política de hechos consumados. Amén de la persistencia de los residuos de las guerras que afectaron a todo el país y que siguen presentes especialmente en su región oriental.
La Guerra Mundial Africana
Ese otoño de 1996 una rebelión liderada por Laurent Desiré Kabila, padre del actual presidente del país, Joseph Kabila, consiguió derrocar meses más tarde al mariscal Mobutu, en el poder desde 1965. Una guerra para intentar traer la democracia al país, donde esta esperanza de cambio se truncó rápidamente y se convirtió en una mera sustitución de élites. Esta rebelión, tachada de guerra civil a pesar de la participación de los Ejércitos de Ruanda y Uganda con el apoyo de EEUU y Reino Unido, pretendía además desmantelar los campos de refugiados del genocidio ruandés de 1994, desde donde se estaban reorganizando miembros del antiguo gobierno y ejército ruandeses para recuperar el poder perdido. El sentimiento de culpa por no haber evitado el genocidio pesaba en las cancillerías occidentales y dio alas a Kagame, el nuevo presidente ruandés y antiguo rebelde amigo de Uganda y de EEUU. Esta rebelión de Kabila fue el punto de partida de la llamada Guerra Mundial Africana, en la que participaron nueve países (Uganda, Burundi y Ruanda de un lado; y Angola, Chad, Namibia, Zimbabue y Libia del lado de la RDCongo) y cuyas víctimas mortales se estiman en millones: violencia sexual como arma de guerra, actos de genocidio e impunidad generalizada, una profunda crisis humanitaria y millones de personas desplazadas y refugiadas –que por cierto, fueron acogidos por sus vecinos sin trabas ni cuotas.
En este complejo contexto, olvidado a menudo por los medios de comunicación, la maldición de los recursos, es decir, la expoliación de los abundantes recursos naturales, entre ellos el coltán, ha contribuido a la perpetuación de la guerra en la RDC, que sitúa sus raíces en las tinieblas de Joseph Conrad, cuando empezó el saqueo belga de esta parte del continente africano en el siglo XIX. En este negocio han participado las Fuerzas Armadas congoleñas, grupos armados locales y extranjeros, empresas locales, varios países vecinos y multinacionales occidentales y asiáticas, según señaló Naciones Unidas por primera vez en abril de 2001. Es la misma Naciones Unidas la que en ese momento afirmaba que la explotación era sistemática y sistémica y que los cárteles tenían ramificaciones por todo el mundo. Remarcaba que numerosas empresas habían participado en la guerra y la habían fomentado directamente, intercambiando armas por recursos naturales, y otras habían facilitado el acceso a los recursos financieros para comprar armas, y añadía que los donantes bilaterales y multilaterales habían adoptado actitudes muy diversas frente a los gobiernos implicados. Pocas cosas han cambiado desde 2001. Nadie está en prisión por estos hechos, 15 años después, y las recientes leyes o las diversas propuestas de iniciativas en EEUU y en la UE sobre diligencia debida, cadenas de suministro seguras y certificación de los minerales, etc., no atacan las causas de fondo y pueden ser dribladas por las grandes multinacionales del sector.
Más allá del discurso oficial, más allá del saqueo
Sin embargo, aunque algunos se empeñen en explicar las guerras que ha padecido y aún afectan a la RDC en términos tribales o reduciendo sus causas a una mera depredación de recursos, es imprescindible entender las raíces históricas y culturales de los pueblos de la región, el expolio continuado y la injusticia social vivida desde la opresión colonial y postcolonial, los agravios de la población local frente a las poblaciones sobrevenidas, la instrumentalización de las diferencias étnicas por parte de Mobutu, la presión y la competencia sobre la propiedad de la tierra, los legítimos retos de seguridad de los países vecinos frente al gigante congolés, la creciente presencia postcolonial anglófona frente a la progresiva marginalidad francófona, las dinámicas regionales e internacionales vinculadas no solo a la explotación de los recursos naturales sino también a dinámicas geopolíticas donde Ruanda y otros países de la región juegan un papel fundamental, en un mundo globalizado en el que las grandes potencias como EEUU y China compiten para ampliar sus áreas de influencia. Un mundo globalizado que ha ratificado la receta del modelo de Estado liberal para solucionar los problemas de la RDC pero que no los ha resuelto, por no afrontar las causas de fondo que dieron origen a la guerra y al creciente autoritarismo que en la actualidad están fraguando Kabila y sus acólitos para perpetuarse en el poder, y que puede tener desastrosas consecuencias.
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Ese otoño de 1996 una rebelión liderada por Laurent Desiré Kabila, padre del actual presidente del país, Joseph Kabila, consiguió derrocar meses más tarde al mariscal Mobutu, en el poder desde 1965. Una guerra para intentar traer la democracia al país, donde esta esperanza de cambio se truncó rápidamente y se convirtió en una mera sustitución de élites. Esta rebelión, tachada de guerra civil a pesar de la participación de los Ejércitos de Ruanda y Uganda con el apoyo de EEUU y Reino Unido, pretendía además desmantelar los campos de refugiados del genocidio ruandés de 1994, desde donde se estaban reorganizando miembros del antiguo gobierno y ejército ruandeses para recuperar el poder perdido. El sentimiento de culpa por no haber evitado el genocidio pesaba en las cancillerías occidentales y dio alas a Kagame, el nuevo presidente ruandés y antiguo rebelde amigo de Uganda y de EEUU. Esta rebelión de Kabila fue el punto de partida de la llamada Guerra Mundial Africana, en la que participaron nueve países (Uganda, Burundi y Ruanda de un lado; y Angola, Chad, Namibia, Zimbabue y Libia del lado de la RDCongo) y cuyas víctimas mortales se estiman en millones: violencia sexual como arma de guerra, actos de genocidio e impunidad generalizada, una profunda crisis humanitaria y millones de personas desplazadas y refugiadas –que por cierto, fueron acogidos por sus vecinos sin trabas ni cuotas.
En este complejo contexto, olvidado a menudo por los medios de comunicación, la maldición de los recursos, es decir, la expoliación de los abundantes recursos naturales, entre ellos el coltán, ha contribuido a la perpetuación de la guerra en la RDC, que sitúa sus raíces en las tinieblas de Joseph Conrad, cuando empezó el saqueo belga de esta parte del continente africano en el siglo XIX. En este negocio han participado las Fuerzas Armadas congoleñas, grupos armados locales y extranjeros, empresas locales, varios países vecinos y multinacionales occidentales y asiáticas, según señaló Naciones Unidas por primera vez en abril de 2001. Es la misma Naciones Unidas la que en ese momento afirmaba que la explotación era sistemática y sistémica y que los cárteles tenían ramificaciones por todo el mundo. Remarcaba que numerosas empresas habían participado en la guerra y la habían fomentado directamente, intercambiando armas por recursos naturales, y otras habían facilitado el acceso a los recursos financieros para comprar armas, y añadía que los donantes bilaterales y multilaterales habían adoptado actitudes muy diversas frente a los gobiernos implicados. Pocas cosas han cambiado desde 2001. Nadie está en prisión por estos hechos, 15 años después, y las recientes leyes o las diversas propuestas de iniciativas en EEUU y en la UE sobre diligencia debida, cadenas de suministro seguras y certificación de los minerales, etc., no atacan las causas de fondo y pueden ser dribladas por las grandes multinacionales del sector.
Más allá del discurso oficial, más allá del saqueo
Sin embargo, aunque algunos se empeñen en explicar las guerras que ha padecido y aún afectan a la RDC en términos tribales o reduciendo sus causas a una mera depredación de recursos, es imprescindible entender las raíces históricas y culturales de los pueblos de la región, el expolio continuado y la injusticia social vivida desde la opresión colonial y postcolonial, los agravios de la población local frente a las poblaciones sobrevenidas, la instrumentalización de las diferencias étnicas por parte de Mobutu, la presión y la competencia sobre la propiedad de la tierra, los legítimos retos de seguridad de los países vecinos frente al gigante congolés, la creciente presencia postcolonial anglófona frente a la progresiva marginalidad francófona, las dinámicas regionales e internacionales vinculadas no solo a la explotación de los recursos naturales sino también a dinámicas geopolíticas donde Ruanda y otros países de la región juegan un papel fundamental, en un mundo globalizado en el que las grandes potencias como EEUU y China compiten para ampliar sus áreas de influencia. Un mundo globalizado que ha ratificado la receta del modelo de Estado liberal para solucionar los problemas de la RDC pero que no los ha resuelto, por no afrontar las causas de fondo que dieron origen a la guerra y al creciente autoritarismo que en la actualidad están fraguando Kabila y sus acólitos para perpetuarse en el poder, y que puede tener desastrosas consecuencias.
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