Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
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Desde mi experiencia de persona que ha trabajado por la paz en algunos países y zonas en conflicto, y que lleva años estudiando los procesos de paz y sus metodologías, me gustaría agradecer la invitación a participar en este foro y su presencia aquí, en estos tiempos de incertidumbre pero también de futuras oportunidades de paz.
Un conflicto que tiene más de 30 años de existencia, que ha provocado varias decenas de miles muertes, desplazamiento, desapariciones y niveles de trauma considerables, y que lleva años con diálogos discretos entre las dos partes, no desaparece ignorándolo o diciendo que no existe, o reconociendo su existencia un día y negándolo el día después o abriendo diálogos y cerrándolos a continuación.
Un primer paso para una resolución pacífica de cualquier conflicto es reconocer su existencia, con independencia de la interpretación o análisis que se haga del mismo, que de entrada siempre difiere entre las partes en conflicto. Reconocer que “tenemos un problema” y que ese problema es común, de las dos partes enfrentadas, es lo primero que hay que conseguir. Negar incluso que existe una “cuestión kurda” no ayuda ni al diagnóstico del problema ni a su tratamiento político más adecuado. La paz que está llegando a Colombia, la paz que llegó a Filipinas, a Irlanda del Norte, a Aceh en Indonesia, Nepal, Sierra Leona o muchos otros conflictos, ha necesitado del reconocimiento por parte de gobiernos, ejércitos y fuerzas de seguridad, actores armados no estatales y las poblaciones, de que existía un problema común imposible de resolver por la vía de la violencia. En Turquía, en diversas etapas ha parecido que las partes compartían esa visión.
Desde 2013 y hasta hace casi un año el Gobierno turco y el PKK estaban trabajando conjuntamente en la elaboración de un “esquema de negociación” o una vía para poner fin al conflicto en Turquía. Ambas partes, con el apoyo de la comunidad internacional, tienen la obligación moral para con la población de Turquía de volver a crear las condiciones para elaborar de forma conjunta un marco para el diálogo, lo antes posible. Recomendaría que en primer lugar se tratasen todos los temas estrictamente relacionados con la cuestión kurda, y después, si procede y las dos partes estuvieran de acuerdo, podrían colaborar en tratar temas de alcance estatal.
En estos momentos, el “problema” kurdo y el “conflicto armado” con el PKK están condicionados por numerosos factores geopolíticos regionales, especialmente lo que ocurre en Siria e Iraq, que ya afectan a escala internacional. Este es un grave obstáculo y un gran desafío, pero no por ello hay que dejar de intentar solucionar el tema interno en Turquía. No poner en vía de resolución el problema kurdo de Turquía, provoca más inestabilidad en la región. No es, pues, nada recomendable esperar a un futuro lejano en que esté pacificada toda la región para abordar el conflicto en Turquía.
Por todo ello, es urgente comenzar a sentar ya mismo las bases para la solución, puesto que a lo largo de los años de intentos de solución cada colapso o crisis ha generado más desconfianza y más obstáculos. Para comenzar a tratar el conflicto hay que dejar de pensar en la lógica de “más guerra” y pasar a pensar en cómo conseguir el silencio de las armas y la paz. El silencio de las armas y la paz son dos cosas distintas, ya que la paz incorpora además elementos políticos, sociales, económicos y culturales.
En los últimos 30 años, el 75% de los conflictos armados que han existido en el mundo, han terminado mediante un acuerdo de paz, fruto de una negociación. El conflicto de Turquía con el PKK no tiene porqué ser una excepción.
Nadie, ni siquiera Turquía, puede olvidar su compromiso con el artículo 1 de la Carta de Naciones Unidas, sobre “lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de las controversias”. Tampoco deben olvidarse los compromisos contraídos con el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de 1966, que es una de las principales bases de la democracia y la convivencia.
Un proceso de paz, o “un proceso de arreglo”, como quieran llamarle, no es una imposición de una parte sobre la otra, sino un diálogo entre dos, que se reconocen como contrapartes que buscan una solución aceptable para ambas.
Para que una negociación sea exitosa se necesita que las dos partes en conflicto tengan el deseo real de poner fin al conflicto mediante el diálogo y la flexibilidad sobre sus posiciones iniciales. Ese deseo suele demostrarse con palabras y con hechos, con medidas de confianza, con aproximaciones discretas y serias.
La negociación, como base para resolver cualquier conflicto, tiene una metodología adaptable a cada caso, y unos principios básicos, comunes a cualquier negociación. Si las partes quieren, siempre encontrarán el camino más adecuado. Este no debe ser nunca el problema, aunque requiere su tiempo discutir y concertar los más apropiado. Les corresponde a las partes locales y solo a ellas acordar cómo llegar a una solución, y al mismo tiempo se puede aprender mucho de las experiencias de otros países. No es necesario inventar muchas cosas, sino acertar con las herramientas de requiere cada situación.
Es muy recomendable “desescalar el lenguaje verbal”, “desarmar la palabra” y no dirigirse a la otra parte, de forma constante, con calificativos insultantes. Si un día quieren solucionar este conflicto, les recomiendo que no utilicen el término “terrorista”. Ya existen mecanismos como el derecho internacional humanitario, los derechos humanos y las leyes de la guerra para llamar por su nombre a los crímenes que se cometen en los conflictos armados por todas las partes. Además, en la actualidad están abiertas negociaciones con la mayor parte de los grupos que están en las listas de grupos terroristas de la Unión Europea. Negar una negociación con el simple pretexto de haber calificado a un grupo como de “terrorista”, esconde seguramente motivos de otra naturaleza, que convendría desvelar.
Casi el 80% de las negociaciones que hay en el mundo se hacen con la mediación de una tercera parte. No rechacen de entrada esta posibilidad, porque normalmente resulta eficaz. Una facilitación externa se limitaría a ayudar a las partes a encontrar una solución por ellos mismos. Nunca debe interpretarse la mediación o la facilitación como una injerencia, sino como un apoyo a las capacidades que ya tienen las partes enfrentadas. Actores externos (locales o internacionales) pueden desempeñar también otros roles para fortalecer el proceso, como garantes u observadores.
Les hablaré ahora de algunos elementos de las diversas fases de los procesos de paz que pueden ser relevantes para el contexto de Turquía.
En fases exploratorias o fases iniciales las partes suelen tantear y acordar sobre qué negociar y cómo negociar. Vienen después las fases de negociación sustantiva. Si pensamos en el caso de Turquía, el PKK renunció hace ya muchos años a pedir la independencia del territorio kurdo. El debate, por tanto, no se basará nunca en este tema. Tampoco existe el propósito de crear un Estado kurdo que agrupe a las poblaciones kurdas repartidas en Turquía, Siria e Iraq. Lo que llamamos el “metaconflicto”, es decir, la esencia del tema, se centra en el reconocimiento de la singularidad y personalidad cultural, lingüística y social de la comunidad kurda, que continuaría siendo “ciudadana” de Turquía. Si existiera ese reconocimiento previo, típico de las sociedades pluriculturales que existen en la mayoría de los países del mundo, los aspectos políticos del debate, que también existen, se podrían abordar sin tanta tensión y sin violencia. Es recomendable, por tanto, atender primero los aspectos socio-culturales, para tratar después los de naturaleza más política-administrativa, como la descentralización o la autonomía, aspectos nada extraños a la estructura política de muchos Estados. No hay que tener miedo a debatir estos temas, porque no tienen porqué afectar a la estructura básica del Estado ni a sus esencias, como la integridad territorial. Se trata, simplemente, de reconocer y aceptar la diversidad dentro de esa amplia comunidad y patria común que es Turquía.
Estoy seguro que el día en que el reconocimiento y aceptación de la diversidad se traduzca en nuevas leyes y políticas plurales que satisfagan a la comunidad kurda, el PKK dejará de existir como grupo armado, como es práctica habitual en el mundo tras un acuerdo de paz. Eso exige, sin embargo, una mejora de la calidad democrática del país y un umbral electoral más reducido, para mostrar en el Parlamento esa rica diversidad que tiene Turquía. La diversidad cultural y lingüística no es un problema; es un tesoro, si se sabe y se puede compartir. Nos puede enriquecer, no separar.
Por otra parte, es pertinente señalar que cuando un grupo armado actúa dentro del territorio nacional, antes de negociar o al inicio de las negociaciones nunca se le exige la retirada a un tercer país vecino y que se desarme. Eso no ha ocurrido nunca en ningún país del mundo. Las negociaciones pueden hacerse en el interior o en el exterior del país, pero el grupo armado suele quedarse donde está, aunque puede estar en situación de alto el fuego. En todo caso, la retirada de fuerzas pudiera ser una medida acordada y pactada entre las partes cuando un proceso de diálogo está consolidado.
El desarme es siempre el punto final de una negociación, no el prerrequisito para iniciarla. En ningún proceso se exige el desarme previo para iniciar un diálogo o una negociación formal. No es nunca una precondición, sino un resultado de la misma negociación, si transcurre de forma exitosa. En la actual coyuntura, habrá que ser comprensivos con los tiempos y las formas que necesitará el PKK para combinar su voluntad de desarme en Turquía con garantizar su seguridad física, tanto de los kurdos de Turquía como de los kurdos de Siria. Al mismo tiempo, si bien el desarme es un resultado y no un prerrequisito de las negociaciones, también los grupos armados deben dar muestras inequívocas de esa voluntad. Ningún Gobierno negocia si no puede confiar en que al final del proceso el grupo armado abandonará la lucha armada y las armas.
Siempre hay que valorar, y nunca despreciar, el significado y la oportunidad que significa la declaración de un alto el fuego unilateral, como ha hecho tantas veces el PKK. El 95% de los altos el fuego que se producen en el mundo son bilaterales, no unilaterales. Por tanto, no hay que desaprovechar la oportunidad que brinda un alto el fuego unilateral para iniciar un “desescalamiento de la confrontación armada”, como está haciendo en Colombia. El “alto el fuego bilateral”, es decir, el “silencio de las armas”, es sin embargo la mejor medida de confianza para iniciar una negociación.
Los procesos de amnistía, justicia restaurativa o justicia transicional, así como posibles cambios constitucionales derivados del proceso de paz, son también decisiones que han de tomarse al final del proceso, no al inicio, y menos como precondición para iniciar un diálogo. Cada cosa tiene su momento y su tiempo. Entretanto, no obstante, pueden “aligerarse” algunas cosas, como las condiciones de vida de los presos, como medidas de confianza que ayudan a que la negociación transcurra mejor.
En cualquier caso, el “problema no resuelto” con el PKK, no debería confundirse con un “problema más amplio” y con otras dimensiones, que es la “relación” que el Estado debe establecer con la comunidad kurda de su país, hoy claramente insatisfactoria y generadora de tensiones, violencia y represión. Las comunidades que conforman Turquía deben reconocerse, darse la mano, dialogar y escuchar sus anhelos.
Finalizo invitando al Gobierno, al PKK y a toda la sociedad turca a hacer un gran esfuerzo conjunto para reabrir los diálogos, parar los enfrentamientos armados y trabajar para lograr una solución satisfactoria a este conflicto. Turquía entera se merece la paz en su territorio. El mundo entero está pendiente de ustedes, porque una solución aceptable para este conflicto ayudará, además, a estabilizar la zona actualmente más inestable del planeta. Mis mejores deseos para que así sea.
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Un conflicto que tiene más de 30 años de existencia, que ha provocado varias decenas de miles muertes, desplazamiento, desapariciones y niveles de trauma considerables, y que lleva años con diálogos discretos entre las dos partes, no desaparece ignorándolo o diciendo que no existe, o reconociendo su existencia un día y negándolo el día después o abriendo diálogos y cerrándolos a continuación.
Un primer paso para una resolución pacífica de cualquier conflicto es reconocer su existencia, con independencia de la interpretación o análisis que se haga del mismo, que de entrada siempre difiere entre las partes en conflicto. Reconocer que “tenemos un problema” y que ese problema es común, de las dos partes enfrentadas, es lo primero que hay que conseguir. Negar incluso que existe una “cuestión kurda” no ayuda ni al diagnóstico del problema ni a su tratamiento político más adecuado. La paz que está llegando a Colombia, la paz que llegó a Filipinas, a Irlanda del Norte, a Aceh en Indonesia, Nepal, Sierra Leona o muchos otros conflictos, ha necesitado del reconocimiento por parte de gobiernos, ejércitos y fuerzas de seguridad, actores armados no estatales y las poblaciones, de que existía un problema común imposible de resolver por la vía de la violencia. En Turquía, en diversas etapas ha parecido que las partes compartían esa visión.
Desde 2013 y hasta hace casi un año el Gobierno turco y el PKK estaban trabajando conjuntamente en la elaboración de un “esquema de negociación” o una vía para poner fin al conflicto en Turquía. Ambas partes, con el apoyo de la comunidad internacional, tienen la obligación moral para con la población de Turquía de volver a crear las condiciones para elaborar de forma conjunta un marco para el diálogo, lo antes posible. Recomendaría que en primer lugar se tratasen todos los temas estrictamente relacionados con la cuestión kurda, y después, si procede y las dos partes estuvieran de acuerdo, podrían colaborar en tratar temas de alcance estatal.
En estos momentos, el “problema” kurdo y el “conflicto armado” con el PKK están condicionados por numerosos factores geopolíticos regionales, especialmente lo que ocurre en Siria e Iraq, que ya afectan a escala internacional. Este es un grave obstáculo y un gran desafío, pero no por ello hay que dejar de intentar solucionar el tema interno en Turquía. No poner en vía de resolución el problema kurdo de Turquía, provoca más inestabilidad en la región. No es, pues, nada recomendable esperar a un futuro lejano en que esté pacificada toda la región para abordar el conflicto en Turquía.
Por todo ello, es urgente comenzar a sentar ya mismo las bases para la solución, puesto que a lo largo de los años de intentos de solución cada colapso o crisis ha generado más desconfianza y más obstáculos. Para comenzar a tratar el conflicto hay que dejar de pensar en la lógica de “más guerra” y pasar a pensar en cómo conseguir el silencio de las armas y la paz. El silencio de las armas y la paz son dos cosas distintas, ya que la paz incorpora además elementos políticos, sociales, económicos y culturales.
En los últimos 30 años, el 75% de los conflictos armados que han existido en el mundo, han terminado mediante un acuerdo de paz, fruto de una negociación. El conflicto de Turquía con el PKK no tiene porqué ser una excepción.
Nadie, ni siquiera Turquía, puede olvidar su compromiso con el artículo 1 de la Carta de Naciones Unidas, sobre “lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de las controversias”. Tampoco deben olvidarse los compromisos contraídos con el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de 1966, que es una de las principales bases de la democracia y la convivencia.
Un proceso de paz, o “un proceso de arreglo”, como quieran llamarle, no es una imposición de una parte sobre la otra, sino un diálogo entre dos, que se reconocen como contrapartes que buscan una solución aceptable para ambas.
Para que una negociación sea exitosa se necesita que las dos partes en conflicto tengan el deseo real de poner fin al conflicto mediante el diálogo y la flexibilidad sobre sus posiciones iniciales. Ese deseo suele demostrarse con palabras y con hechos, con medidas de confianza, con aproximaciones discretas y serias.
La negociación, como base para resolver cualquier conflicto, tiene una metodología adaptable a cada caso, y unos principios básicos, comunes a cualquier negociación. Si las partes quieren, siempre encontrarán el camino más adecuado. Este no debe ser nunca el problema, aunque requiere su tiempo discutir y concertar los más apropiado. Les corresponde a las partes locales y solo a ellas acordar cómo llegar a una solución, y al mismo tiempo se puede aprender mucho de las experiencias de otros países. No es necesario inventar muchas cosas, sino acertar con las herramientas de requiere cada situación.
Es muy recomendable “desescalar el lenguaje verbal”, “desarmar la palabra” y no dirigirse a la otra parte, de forma constante, con calificativos insultantes. Si un día quieren solucionar este conflicto, les recomiendo que no utilicen el término “terrorista”. Ya existen mecanismos como el derecho internacional humanitario, los derechos humanos y las leyes de la guerra para llamar por su nombre a los crímenes que se cometen en los conflictos armados por todas las partes. Además, en la actualidad están abiertas negociaciones con la mayor parte de los grupos que están en las listas de grupos terroristas de la Unión Europea. Negar una negociación con el simple pretexto de haber calificado a un grupo como de “terrorista”, esconde seguramente motivos de otra naturaleza, que convendría desvelar.
Casi el 80% de las negociaciones que hay en el mundo se hacen con la mediación de una tercera parte. No rechacen de entrada esta posibilidad, porque normalmente resulta eficaz. Una facilitación externa se limitaría a ayudar a las partes a encontrar una solución por ellos mismos. Nunca debe interpretarse la mediación o la facilitación como una injerencia, sino como un apoyo a las capacidades que ya tienen las partes enfrentadas. Actores externos (locales o internacionales) pueden desempeñar también otros roles para fortalecer el proceso, como garantes u observadores.
Les hablaré ahora de algunos elementos de las diversas fases de los procesos de paz que pueden ser relevantes para el contexto de Turquía.
En fases exploratorias o fases iniciales las partes suelen tantear y acordar sobre qué negociar y cómo negociar. Vienen después las fases de negociación sustantiva. Si pensamos en el caso de Turquía, el PKK renunció hace ya muchos años a pedir la independencia del territorio kurdo. El debate, por tanto, no se basará nunca en este tema. Tampoco existe el propósito de crear un Estado kurdo que agrupe a las poblaciones kurdas repartidas en Turquía, Siria e Iraq. Lo que llamamos el “metaconflicto”, es decir, la esencia del tema, se centra en el reconocimiento de la singularidad y personalidad cultural, lingüística y social de la comunidad kurda, que continuaría siendo “ciudadana” de Turquía. Si existiera ese reconocimiento previo, típico de las sociedades pluriculturales que existen en la mayoría de los países del mundo, los aspectos políticos del debate, que también existen, se podrían abordar sin tanta tensión y sin violencia. Es recomendable, por tanto, atender primero los aspectos socio-culturales, para tratar después los de naturaleza más política-administrativa, como la descentralización o la autonomía, aspectos nada extraños a la estructura política de muchos Estados. No hay que tener miedo a debatir estos temas, porque no tienen porqué afectar a la estructura básica del Estado ni a sus esencias, como la integridad territorial. Se trata, simplemente, de reconocer y aceptar la diversidad dentro de esa amplia comunidad y patria común que es Turquía.
Estoy seguro que el día en que el reconocimiento y aceptación de la diversidad se traduzca en nuevas leyes y políticas plurales que satisfagan a la comunidad kurda, el PKK dejará de existir como grupo armado, como es práctica habitual en el mundo tras un acuerdo de paz. Eso exige, sin embargo, una mejora de la calidad democrática del país y un umbral electoral más reducido, para mostrar en el Parlamento esa rica diversidad que tiene Turquía. La diversidad cultural y lingüística no es un problema; es un tesoro, si se sabe y se puede compartir. Nos puede enriquecer, no separar.
Por otra parte, es pertinente señalar que cuando un grupo armado actúa dentro del territorio nacional, antes de negociar o al inicio de las negociaciones nunca se le exige la retirada a un tercer país vecino y que se desarme. Eso no ha ocurrido nunca en ningún país del mundo. Las negociaciones pueden hacerse en el interior o en el exterior del país, pero el grupo armado suele quedarse donde está, aunque puede estar en situación de alto el fuego. En todo caso, la retirada de fuerzas pudiera ser una medida acordada y pactada entre las partes cuando un proceso de diálogo está consolidado.
El desarme es siempre el punto final de una negociación, no el prerrequisito para iniciarla. En ningún proceso se exige el desarme previo para iniciar un diálogo o una negociación formal. No es nunca una precondición, sino un resultado de la misma negociación, si transcurre de forma exitosa. En la actual coyuntura, habrá que ser comprensivos con los tiempos y las formas que necesitará el PKK para combinar su voluntad de desarme en Turquía con garantizar su seguridad física, tanto de los kurdos de Turquía como de los kurdos de Siria. Al mismo tiempo, si bien el desarme es un resultado y no un prerrequisito de las negociaciones, también los grupos armados deben dar muestras inequívocas de esa voluntad. Ningún Gobierno negocia si no puede confiar en que al final del proceso el grupo armado abandonará la lucha armada y las armas.
Siempre hay que valorar, y nunca despreciar, el significado y la oportunidad que significa la declaración de un alto el fuego unilateral, como ha hecho tantas veces el PKK. El 95% de los altos el fuego que se producen en el mundo son bilaterales, no unilaterales. Por tanto, no hay que desaprovechar la oportunidad que brinda un alto el fuego unilateral para iniciar un “desescalamiento de la confrontación armada”, como está haciendo en Colombia. El “alto el fuego bilateral”, es decir, el “silencio de las armas”, es sin embargo la mejor medida de confianza para iniciar una negociación.
Los procesos de amnistía, justicia restaurativa o justicia transicional, así como posibles cambios constitucionales derivados del proceso de paz, son también decisiones que han de tomarse al final del proceso, no al inicio, y menos como precondición para iniciar un diálogo. Cada cosa tiene su momento y su tiempo. Entretanto, no obstante, pueden “aligerarse” algunas cosas, como las condiciones de vida de los presos, como medidas de confianza que ayudan a que la negociación transcurra mejor.
En cualquier caso, el “problema no resuelto” con el PKK, no debería confundirse con un “problema más amplio” y con otras dimensiones, que es la “relación” que el Estado debe establecer con la comunidad kurda de su país, hoy claramente insatisfactoria y generadora de tensiones, violencia y represión. Las comunidades que conforman Turquía deben reconocerse, darse la mano, dialogar y escuchar sus anhelos.
Finalizo invitando al Gobierno, al PKK y a toda la sociedad turca a hacer un gran esfuerzo conjunto para reabrir los diálogos, parar los enfrentamientos armados y trabajar para lograr una solución satisfactoria a este conflicto. Turquía entera se merece la paz en su territorio. El mundo entero está pendiente de ustedes, porque una solución aceptable para este conflicto ayudará, además, a estabilizar la zona actualmente más inestable del planeta. Mis mejores deseos para que así sea.
Türk versiyonu: PDF