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Cuando la primera víctima de la guerra es la verdad.

Josep Mª Royo Aspa, Investigador de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
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La periodista Caddy Adzuba / Foto RTVE

 

“Habéis adoptado malos hábitos metiéndoos en lo que no os importa y creyendo que por ello sois intocables. Ahora, algunas de vosotras vais a morir para cerraros la boca”

Esta es la amenaza que recibieron en 2009 diversas periodistas congolesas, entre ellas la periodista Caddy Adzuba, reconocida activista por la libertad de prensa y los derechos de las mujeres y las niñas de su país, la República Democrática del Congo (RDC). Adzuba, que ha sido galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia de 2014, ya recibió en 2009 el premio internacional de periodismo Julio Anguita Parrado –periodista asesinado en 2003 en Bagdad tras ser alcanzado por un misil iraquí– de la Federación de Sindicatos de Periodistas, por su valor personal y la repercusión social de un trabajo desarrollado en condiciones de extrema violencia y como símbolo del coraje de las mujeres africanas y de las y los periodistas que arriesgan diariamente su vida ejerciendo su profesión en zonas de guerra. El Jurado del Príncipe de Asturias le ha concedido el galardón por ser un “símbolo de la lucha pacífica contra la violencia que afecta a las mujeres, la pobreza y la discriminación, a través de una labor arriesgada y generosa”.

Adzuba trabaja en Radio Okapi, un oasis de independencia en medio de la guerra que padece RDC desde 1996, escenario de violencia que ha causado, según algunas estimaciones, alrededor de cinco millones de víctimas mortales, centenares de miles de personas desplazadas y refugiadas, una grave crisis humanitaria y violaciones continuadas de los derechos humanos contra el conjunto de la población civil y donde al menos 200.000 mujeres y menores han padecido la violencia sexual como arma de guerra. A pesar de su grave impacto, es un conflicto olvidado para la opinión pública internacional y pasa desapercibido para los medios de comunicación, del que en general ofrecen una mirada parcial sin analizar sus raíces históricas y culturales, ni las dinámicas regionales e internacionales vinculadas no sólo a la explotación de los recursos naturales sino también a dinámicas de poder, donde Rwanda y otros países de la región juegan un papel fundamental, en un mundo globalizado donde las grandes potencias como EEUU y China compiten par ampliar sus áreas de influencia. Amenazada de muerte por denunciar la violencia sexual que sufren las mujeres de su país, esta periodista nacida en Bukavu hace 33 años ha estado a punto de morir asesinada en dos ocasiones y actualmente tiene protección de Naciones Unidas. Otros compañeros de profesión no han corrido la misma suerte que ella: 1.073 periodistas han sido asesinados desde 1992, 33 de ellos durante 2014, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). En el caso de de RDC, en los últimos 15 años han muerto asesinados más de 10 periodistas, dos de ellos pertenecientes a Radio Okapi. Otros 211 periodistas han sido encarcelados en 2013. 456 se han visto forzados a exiliarse desde 2008. Estas cifras revelan la magnitud de la tragedia que esconde la cita atribuida al dramaturgo griego Esquilo. En los últimos años se ha producido un retroceso de la libertad de prensa en el mundo, y se suceden las noticias sobre censura en los medios de comunicación y de periodistas detenidos, torturados y asesinados: la información se está convirtiendo de forma progresiva en una amenaza para regímenes autoritarios, tal y como también ha venido recordando Reporteros sin Fronteras (RSF).

En paralelo, es sabido que la verdad es incómoda no solo para los grupos insurgentes sino también para numerosos Gobiernos. RSF ha destacado de forma invariable en los últimos años el trío formado por Eritrea, Turkmenistán y Corea, como los Gobiernos más censuradores. Las revoluciones árabes han provocado un incremento de la censura gubernamental en toda la zona. Ejemplo reciente de ello es el caso Radio Shabelle, en Somalia, donde a mediados de agosto los cuerpos de seguridad gubernamentales irrumpieron en la sede del medio de comunicación en Mogadiscio y cerraron las emisiones y detuvieron a 19 de sus trabajadores, acusándoles de calumniar al Gobierno, y se sospecha que su actual director, Abdimalik Yusuf, ha sido torturado por los cuerpos de seguridad. Este es el principal medio de comunicación en Somalia, donde en 2003 se estimaba que tenía una audiencia media de más de 1,8 millones de personas en un país de aproximadamente 10 millones de personas, y donde tres de sus directores han sido asesinados sucesivamente, el último en 2012, ya sea a manos de la insurgencia islamista o de “origen desconocido”. Todavía no se ha producido ninguna condena por parte de ningún país occidental, que no obstante financian y entrenan el nuevo Ejército somalí, entre ellos España.


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La zona del mundo donde la prensa está siendo más castigada de la actualidad es Oriente Medio, y en particular Irak, Siria y Palestina. Gran notoriedad ha tenido la muerte James Foley y Steven Sotloff en Iraq a manos del Ejército Islámico. No obstante, ha pasado más desapercibida la muerte de otros siete periodistas y trabajadores vinculados a medios de comunicación palestinos, Hamid Shihab, Khaled Hamad, Sameh al-Aryan, Rami Rayan, Mohamed al-Deiri, Simone Camilli y Ali Abu Afash durante la Operación Margen Protector perpetrada por Israel en Gaza, en la que además murieron otros ocho periodistas que no estaban de servicio –por lo que no se contabilizan en el recuento de cifras que ofrece el CPJ– de un total de 1462 civiles que murieron en el ataque israelí. A pesar de que los focos de la prensa internacional sí están presentes en Gaza, la presión sobre Israel ha sido prácticamente nula, por lo que ha actuado con total impunidad en los territorios ocupados.

A las amenazas a las que están sometidos los periodistas se les suma la creciente precariedad en el ejercicio de su trabajo. Así lo denunciaba en la inauguración del certamen internacional Visa pour l’image, que se celebra cada año en Perpignan, su director, Jean-François Leroy, destacando la situación en que malvivían los fotoperiodistas, encargados de poner cara a los conflictos armados de la actualidad, en un contexto en el que a la precariedad se le suma la pérdida de independencia de estos medios, cada vez más vinculados a grandes corporaciones empresariales.

Aunque esté en aumento el uso de las redes sociales y se considere que el periodismo tradicional esté en declive, es este periodismo tradicional el que dispone de una mayor experiencia y el conocimiento del contexto imprescindible para llevar a cabo un buen análisis de la situación. En este sentido, el merecido premio concedido a la periodista congoleña Caddy Adzuba es un doble homenaje, a la mujer, en un contexto donde la violencia sexual se utiliza como arma de guerra, y a la difícil labor de los periodistas, que trabajan en situaciones de violencia como la RDC. Esperemos que este premio contribuya a incrementar la atención internacional hacia la RDC y otros contextos de conflicto y a recuperar la libertad e independencia que deberían tener los medios de comunicación, en especial en las guerras, en las que revelar la verdad –aquello que no está oculto, aquello que es evidente, por su origen etimológico– puede situar al periodismo en la frontera entre la vida y la muerte.

Felicidades, Caddy.



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