Josep Mª Royo Aspa, Investigador de l’Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
Blogs El País Paz: en construcción
En las últimas semanas en la ciudad de Barcelona, a raíz del desalojo del Centro Social Autogestionado (CSA) Can Vies, se ha desencadenado una espiral de movilizaciones sociales acompañadas de expresiones de violencia por parte de algunos sectores minoritarios de las movilizaciones y la contundencia represiva de los cuerpos de seguridad, alterando el funcionamiento de un barrio e incluso de una ciudad entera. Sin entrar en detalles de los argumentos de unos y otros, cabe señalar algunas consideraciones.
Existe una idea muy extendida que es la de ver el conflicto como algo negativo, y en consecuencia, que tiene que ser evitado. Esta reflexión se basa en algunas ideas, que son las siguientes: en primer lugar, a menudo la única forma de resolver los conflictos es mediante la violencia y la imposición del más fuerte, y no la búsqueda de una propuesta que sea justa y satisfactoria para las partes en conflicto. La solución que había encontrado el ayuntamiento de Barcelona era clara en este sentido: eliminar el supuesto problema, argumentando la sentencia judicial que amparaba a TMB, reiterando el rechazo a una oferta negociadora que suponía el fin de Can Vies a largo plazo como modelo de autogestión. Propuesta inaceptable para la otra parte. Propuesta aderezada con los miedos y quejas por parte de algunos vecinos y vecinas y el reiterado mantra de que con los antisistema no hay diálogo posible, ya que supuestamente había habido múltiples esfuerzos llevados a cabo por el consistorio para encontrar una solución, pero una de las partes no estaba dispuesta a aceptar. La demanda de espacios culturales y sociales es desoída y silenciada sistemáticamente por parte de las instituciones, lo que alimenta la okupación como práctica de acción colectiva, basada en la desobediencia a la lógica de la especulación inmobiliaria, la planificación del ocio y la política cultural del poder.
El segundo tópico a cuestionar es que el conflicto es visto como negativo, por desagradable y costoso por lo prolongado en el tiempo. Los medios de comunicación han reiterado por activa y por pasiva los años de negociaciones infructuosas para encontrar una solución –aunque en apenas unas semanas parece ser que se ha avanzado más de lo que se había realizado desde 2006, cuando TMB interpuso la demanda. Ciertamente, quien parece que legitime la respuesta violenta es el propio ayuntamiento, por su política errática. Durante estos años la respuesta habitual había sido mayormente pacífica en todas las movilizaciones que se han promovido desde Can Vies: así, la miopía institucional se ha hecho más evidente ya que solo cuando ha habido una gran movilización social y vecinal, junto a la desproporción de la respuesta policial y a las acciones violentas puntuales de algunos sectores de las movilizaciones, han decidido retomar el diálogo y la negociación. Me pregunto si nos hubiéramos podido ahorrar el derribo de Can Vies, el mobiliario urbano destruido, el gran despliegue policial, la unidad móvil quemada, las decenas de detenidas, heridas… y ciertamente, el mobiliario urbano lo paga toda la ciudadanía, pero también el coste del desmesurado despliegue policial: la poca estrategia e inteligencia mostrada por el consistorio e Interior ante la evolución de la situación es sorprendente, y suerte hemos tenido que no se han producido males mayores. No hace falta ser un visionario para imaginar que un barrio entero –e incluso un país– restaría impasible ante la pérdida de uno de sus más preciados símbolos de autogestión y dinamización de alternativas para la juventud. No ha sido hasta que la imagen de la marca Barcelona en llamas ha dado la vuelta al mundo cuando su alcalde ha decidido cambiar de actitud, cuestión que pone de manifiesto la incapacidad institucional de cara a prever los acontecimientos: la destrucción de Can Vies, centro social autogestionado con 17 años de historia a sus espaldas, supone el fracaso de las instituciones ante los retos que les plantean los movimientos sociales.
En tercer lugar, existe otro motivo a visibilizar, que es la resistencia al cambio. Aunque muchas luces rojas debían encenderse en el tablero de la consejería de Interior, aunque la propuesta ofrecida por el ayuntamiento objetivamente no era una solución digna de ese nombre, ¿nadie pudo prever que la unilateralidad institucional y la destrucción de este espacio podía tener unas consecuencias inimaginables, en un contexto de violencia estructural y grave crisis económica en la que se evidencia que el robo con guante blanco no es delito y en la que se socializan las pérdidas y se privatizan los beneficios? ¿pobreza, hambre, paro, desahucios, exclusión, Sareb…no les parece una bomba de relojería a la que no se están ofreciendo respuestas? Numerosos movimientos e iniciativas sociales, algunas de ellas presentes en Can Vies, están visibilizando reiteradamente este conflicto social al que no se le da solución desde las instituciones, cuando no es incentivado por ellas. Desde determinados movimientos sociales entendemos el conflicto como algo positivo, que debe visibilizarse y gestionarse, como una oportunidad para aprender y crecer, porque los conflictos son connaturales a las relaciones sociales, y solo a través del conflicto podemos desestabilizar las estructuras injustas, para que la sociedad avance hacia otros modelos más plurales, justos y solidarios.
¿Cuál será el reto? Aprender a enfrentar y resolver los conflictos de forma constructiva, positiva, noviolenta, entendiendo cuál es el conflicto en cuestión, el proceso para abordarlo y las causas que lo originan. No se trataba de una simple casa okupada. Era mucho más. Los CSA han contribuido a la creación de una conciencia crítica y una práctica ciudadana basada en la implicación directa con el territorio. Nuestra experiencia en el trabajo en el campo de la mediación, la transformación de conflictos y la construcción de la paz nos dice que todos los conflictos pueden, aparentemente, parecer intratables, y que es imprescindible deconstruir la imagen del enemigo, esa imagen estereotipada del otro, que aparentemente amenaza nuestro sistema de necesidades y valores. La negación de las ideas, su eliminación o exclusión puede parecer asumible en estos contextos. Tras el desalojo y la destrucción de Can Vies, la confianza está rota como consecuencia de la unilateralidad de las instituciones, y por lo tanto, son necesarios gestos para reconstruir esta confianza. Estos gestos, que deben proceder de ambas partes, aunque sobretodo del que se ha despeñado en la unilateralidad, serán atacados y cuestionados, pero buscar soluciones a través del diálogo –sincero, sin precondiciones– implica entender que no hay ganadores ni perdedores. Días después del derribo y tras la congelación de las actividades del ayuntamiento de Barcelona para frenar la espiral de violencia y movilizaciones se ha iniciado una oleada de descrédito contra el mismo ayuntamiento por hacer lo que debiera desde un primer momento, negociar y buscar soluciones.
En definitiva, tenemos que empezar a reconocer la existencia de movimientos sociales amplios, complejos, plurales, expresiones ciudadanas que exigen una democracia más directa, que además tienen un reconocimiento social innegable, y que las sociedades son mucho más plurales y complejas de lo que a algunos les gustaría, y sobretodo, que tienen derecho a ser escuchadas, a indignarse, y a que se les ofrezcan alternativas sostenibles y duraderas. Y a luchar por ellas, mediante la desobediencia civil. Incluso en contextos donde se discute sobre la necesidad o no de la lucha violenta para cambiar el estatus quo como Palestina, Colombia o Somalia, existen impresionantes iniciativas que utilizan la acción no violenta para confrontar las insurgencias, el poder y la violencia institucional. La violencia solo engendra más violencia. Solo un sistema político ciego y autista puede no ver el alcance del problema.
Existe una idea muy extendida que es la de ver el conflicto como algo negativo, y en consecuencia, que tiene que ser evitado. Esta reflexión se basa en algunas ideas, que son las siguientes: en primer lugar, a menudo la única forma de resolver los conflictos es mediante la violencia y la imposición del más fuerte, y no la búsqueda de una propuesta que sea justa y satisfactoria para las partes en conflicto. La solución que había encontrado el ayuntamiento de Barcelona era clara en este sentido: eliminar el supuesto problema, argumentando la sentencia judicial que amparaba a TMB, reiterando el rechazo a una oferta negociadora que suponía el fin de Can Vies a largo plazo como modelo de autogestión. Propuesta inaceptable para la otra parte. Propuesta aderezada con los miedos y quejas por parte de algunos vecinos y vecinas y el reiterado mantra de que con los antisistema no hay diálogo posible, ya que supuestamente había habido múltiples esfuerzos llevados a cabo por el consistorio para encontrar una solución, pero una de las partes no estaba dispuesta a aceptar. La demanda de espacios culturales y sociales es desoída y silenciada sistemáticamente por parte de las instituciones, lo que alimenta la okupación como práctica de acción colectiva, basada en la desobediencia a la lógica de la especulación inmobiliaria, la planificación del ocio y la política cultural del poder.
El segundo tópico a cuestionar es que el conflicto es visto como negativo, por desagradable y costoso por lo prolongado en el tiempo. Los medios de comunicación han reiterado por activa y por pasiva los años de negociaciones infructuosas para encontrar una solución –aunque en apenas unas semanas parece ser que se ha avanzado más de lo que se había realizado desde 2006, cuando TMB interpuso la demanda. Ciertamente, quien parece que legitime la respuesta violenta es el propio ayuntamiento, por su política errática. Durante estos años la respuesta habitual había sido mayormente pacífica en todas las movilizaciones que se han promovido desde Can Vies: así, la miopía institucional se ha hecho más evidente ya que solo cuando ha habido una gran movilización social y vecinal, junto a la desproporción de la respuesta policial y a las acciones violentas puntuales de algunos sectores de las movilizaciones, han decidido retomar el diálogo y la negociación. Me pregunto si nos hubiéramos podido ahorrar el derribo de Can Vies, el mobiliario urbano destruido, el gran despliegue policial, la unidad móvil quemada, las decenas de detenidas, heridas… y ciertamente, el mobiliario urbano lo paga toda la ciudadanía, pero también el coste del desmesurado despliegue policial: la poca estrategia e inteligencia mostrada por el consistorio e Interior ante la evolución de la situación es sorprendente, y suerte hemos tenido que no se han producido males mayores. No hace falta ser un visionario para imaginar que un barrio entero –e incluso un país– restaría impasible ante la pérdida de uno de sus más preciados símbolos de autogestión y dinamización de alternativas para la juventud. No ha sido hasta que la imagen de la marca Barcelona en llamas ha dado la vuelta al mundo cuando su alcalde ha decidido cambiar de actitud, cuestión que pone de manifiesto la incapacidad institucional de cara a prever los acontecimientos: la destrucción de Can Vies, centro social autogestionado con 17 años de historia a sus espaldas, supone el fracaso de las instituciones ante los retos que les plantean los movimientos sociales.
En tercer lugar, existe otro motivo a visibilizar, que es la resistencia al cambio. Aunque muchas luces rojas debían encenderse en el tablero de la consejería de Interior, aunque la propuesta ofrecida por el ayuntamiento objetivamente no era una solución digna de ese nombre, ¿nadie pudo prever que la unilateralidad institucional y la destrucción de este espacio podía tener unas consecuencias inimaginables, en un contexto de violencia estructural y grave crisis económica en la que se evidencia que el robo con guante blanco no es delito y en la que se socializan las pérdidas y se privatizan los beneficios? ¿pobreza, hambre, paro, desahucios, exclusión, Sareb…no les parece una bomba de relojería a la que no se están ofreciendo respuestas? Numerosos movimientos e iniciativas sociales, algunas de ellas presentes en Can Vies, están visibilizando reiteradamente este conflicto social al que no se le da solución desde las instituciones, cuando no es incentivado por ellas. Desde determinados movimientos sociales entendemos el conflicto como algo positivo, que debe visibilizarse y gestionarse, como una oportunidad para aprender y crecer, porque los conflictos son connaturales a las relaciones sociales, y solo a través del conflicto podemos desestabilizar las estructuras injustas, para que la sociedad avance hacia otros modelos más plurales, justos y solidarios.
¿Cuál será el reto? Aprender a enfrentar y resolver los conflictos de forma constructiva, positiva, noviolenta, entendiendo cuál es el conflicto en cuestión, el proceso para abordarlo y las causas que lo originan. No se trataba de una simple casa okupada. Era mucho más. Los CSA han contribuido a la creación de una conciencia crítica y una práctica ciudadana basada en la implicación directa con el territorio. Nuestra experiencia en el trabajo en el campo de la mediación, la transformación de conflictos y la construcción de la paz nos dice que todos los conflictos pueden, aparentemente, parecer intratables, y que es imprescindible deconstruir la imagen del enemigo, esa imagen estereotipada del otro, que aparentemente amenaza nuestro sistema de necesidades y valores. La negación de las ideas, su eliminación o exclusión puede parecer asumible en estos contextos. Tras el desalojo y la destrucción de Can Vies, la confianza está rota como consecuencia de la unilateralidad de las instituciones, y por lo tanto, son necesarios gestos para reconstruir esta confianza. Estos gestos, que deben proceder de ambas partes, aunque sobretodo del que se ha despeñado en la unilateralidad, serán atacados y cuestionados, pero buscar soluciones a través del diálogo –sincero, sin precondiciones– implica entender que no hay ganadores ni perdedores. Días después del derribo y tras la congelación de las actividades del ayuntamiento de Barcelona para frenar la espiral de violencia y movilizaciones se ha iniciado una oleada de descrédito contra el mismo ayuntamiento por hacer lo que debiera desde un primer momento, negociar y buscar soluciones.
En definitiva, tenemos que empezar a reconocer la existencia de movimientos sociales amplios, complejos, plurales, expresiones ciudadanas que exigen una democracia más directa, que además tienen un reconocimiento social innegable, y que las sociedades son mucho más plurales y complejas de lo que a algunos les gustaría, y sobretodo, que tienen derecho a ser escuchadas, a indignarse, y a que se les ofrezcan alternativas sostenibles y duraderas. Y a luchar por ellas, mediante la desobediencia civil. Incluso en contextos donde se discute sobre la necesidad o no de la lucha violenta para cambiar el estatus quo como Palestina, Colombia o Somalia, existen impresionantes iniciativas que utilizan la acción no violenta para confrontar las insurgencias, el poder y la violencia institucional. La violencia solo engendra más violencia. Solo un sistema político ciego y autista puede no ver el alcance del problema.