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La peligrosa tentación de volver a la Guerra Fría.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

La pésima gestión del conflicto de Ucrania, aunque por fortuna congelado en un precario alto el fuego, merced a la intensa diplomacia desarrolla en una semana de febrero por François Hollande y Angela Merkel, el desafío del presidente Putin, y la oportunidad pérdida cuando no se respaldó suficientemente la razonable propuesta del presidente Poroshenko, ahora hace un año, y aunque parezca mentira, ha sido motivo de satisfacción para un reducido grupo de analistas militares, geoestrategas y políticos europeos y de Estados Unidos, que añoraban la adrenalina de los viejos tiempos de la Guerra Fría, con “enemigos” bien definidos, juegos de guerra, análisis basados “en el peor de los casos posibles”, enseñar musculatura militar, potenciar la industria armamentista y creando un falso ambiente propicio al “inevitable enfrentamiento” si no se corrigen las cosas. Sorprende que, a esas alturas, y después de la autocrítica que durante años se hizo de la amenaza nuclear y de las doctrinas militares ofensivas, algunos países estén repescando viejas fórmulas que no conducen a ninguna parte, no resuelven los problemas e incrementan la tensión y los riesgos. Con la excusa de “prevenir” o “disuadir”, se “amenaza” y se “provoca”, simple y llanamente, sin calibrar los riesgos que eso conlleva. Parece como si muchos dirigentes políticos no supieran todavía del carácter “frentero” del presidente Putin, un dirigente con delirios de grandeza pero muy sensible a los gestos que interpreta como amenazantes. La OTAN, esta vez con Europa y Estados Unidos de la mano, han multiplicado gestos simbólicos de advertencia a Rusia, reforzando su presencia en los países bálticos y en otros países fronterizos con Rusia, y que no hace muchos años formaban parte de su muro de contención frente a la OTAN. Ampliar la OTAN, creo que fue un error. No había necesidad de aumentar su estructura a través de los países que anteriormente formaron parte del Tratado de Varsovia. Siempre me pareció evidente de que esto nos gustaría a Rusia, y menos a un presidente como Putin, tan celoso de mantener y aumentar la grandeza de su país.

Relegar la diplomacia preventiva a un segundo plano, cuando debería ser la base incuestionable de las políticas de seguridad, tanto europeas como de Estados Unidos, es un error imperdonable, en la medida que agrava las tensiones y dificulta solucionar los contenciosos de forma pacífica, que es la obligación de todos. No está para nada demostrado que Rusia pretenda invadir los países bálticos o Polonia, para poner unos ejemplos. Eso sería una locura y no está en los cálculos de Putin. Planificar, como he dicho, mediante el viejo esquema de “pensar en los peores escenarios posibles”, tan grato a los sectores militaristas, significa perder la razonabilidad a la hora de discernir entre lo “posible” y lo “probable”. Por ello, hacer maniobras de la OTAN en el su flanco oriental, enviar aviones de combate para proteger el espacio aéreo de los países bálticos o experimentar a las narices de Rusia la capacidad de combate de la nueva fuerza de la Unidad Rápida de la Alianza, es igual de insensato que el anuncio de Putin de incrementar su arsenal nuclear con 40 nuevos misiles balísticos o renovar su Ejército.

Cierto que hay mucho de verborrea junto a estos actos o amenazas, pero cuando se trata de potenciales militares ofensivos, no debería existir espacio alguno para la broma, la bravuconería o el infantilismo tan propio de la estrategia nuclear convencional. Toda Europa queda afectada por ese estúpido juego de amenazas, pues vamos abandonando las políticas puramente defensivas y no provocativas, por otras de signo contrario, que nos puede conducir a una edición de la Guerra Fría, que es lo peor que nos puede suceder. Por tanto, se trata de no ir provocando para llegar a ese punto con responsabilidades compartidas. Cuando alguien se pasa de la raya, lo peor es imitarle y cruzar también las líneas rojas. La diplomacia se inventó precisamente para evitar eso, y el diálogo transatlántico y la seguridad europea han de recuperar su espíritu preventivo, basado en el diálogo permanente y en entender las preocupaciones, los temores e incluso las manías de los otros, que no han ser vistos permanente como adversarios. En otras palabras, la OTAN está condenada a entenderse con Rusia, y Rusia con la OTAN. En vez de ir enseñando bíceps, algo muy viril pero absurdo e inútil, es mejor encontrarse para ir analizando cada caso y cada cosa, compartir las preocupaciones, y juntarse para diseñar soluciones alternativas a las del enfrentamiento armado. Se puede empezar por Ucrania, que tiene pendiente el debate sobre los aspectos políticos del conflicto. Póngase todo el esfuerzo y el potencial diplomático en el asador, sin chulerías armamentistas, y volvamos a la sensatez. Si quienes tienen capacidad política se ponen en esa tarea, podremos volver a la normalidad y reforzar todo aquello que nos puede unir, y no dividir.
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