María Villellas, Investigadora de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
e-mujeres.net
La concesión del Premio Nobel de la Paz a tres mujeres activistas por la paz, la libertad y la democracia, Ellen Johnson Sirleaf, Leymah Gbowee, y Tawakkul Karman representa una buena ocasión para reflexionar sobre el papel de las mujeres en la construcción de la paz en el mundo y, en particular, en los procesos de pacificación negociados. Estas tres mujeres son el altavoz de otras muchas líderes y activistas que se han implicado en la transformación de sus sociedades, pero que raras veces reciben reconocimiento público. En el año 2000, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1325 sobre mujeres, paz y seguridad. Esta resolución, que hace referencia al impacto específico de género de los conflictos armados sobre las mujeres y las niñas y al papel de éstas en la construcción de la paz fue un hito, ya que se trataba de la primera vez que este foro hablaba de las mujeres como agentes relevantes para la agenda internacional de paz y seguridad. Desde entonces, la perspectiva de género, las aportaciones de las mujeres y el impacto de los conflictos armados en ellas se han ido incorporando de manera lenta pero progresiva en esta agenda, incidiendo en los debates y, en menor medida, en la práctica política de las instituciones internacionales.
La aprobación de la resolución 1325 fue el resultado del trabajo de lobby por parte de redes de organizaciones de mujeres locales e internacionales y ha significado la institucionalización y, en menor medida, la aceptación por parte de la ONU y sus Estados miembros de una parte importante de las exigencias y propuestas de las organizaciones de mujeres en el ámbito de la construcción de la paz con perspectiva de género. En paralelo, esta institucionalización ha permitido que las organizaciones de mujeres cuenten con un instrumento de respaldo formal para sus propuestas.
A pesar de que el tema de la integración de la dimensión de género en los procesos de paz está en la agenda internacional sobre paz y seguridad de manera activa desde hace una década, la mayoría de procesos de paz siguen sin integrar esta perspectiva. Las organizaciones de mujeres son un actor muy relevante en la promoción de una salida dialogada a los conflictos armados, y en numerosas ocasiones han protagonizado llamamientos a los actores armados para que se ponga fin a los conflictos por la vía política. En muchos contextos de conflicto armado y polarización social, organizaciones de mujeres han promovido la creación de espacios de diálogo de carácter informal entre personas de comunidades enfrentadas. Aunque la experiencia en el ámbito de las negociaciones formales es mucho más reducida, el bagaje adquirido en otro tipo de espacios de diálogo, como la sociedad civil organizada, puede ser una aportación muy relevante en los procesos de paz formales.
De acuerdo con cifras de Naciones Unidas, las mujeres representan el 8% de quienes participan en las negociaciones de paz, y menos del 3% de quienes firman los acuerdos de paz. Las mujeres que promueven que las negociaciones y todas las fases previas de preparación se diseñen y se lleven a cabo integrando la perspectiva de género enfrentan diferentes obstáculos. Éstos provienen no sólo de quienes deben sentarse a negociar directamente, las partes en conflicto, que con frecuencia son reacias a contar con la participación de las mujeres y a incluir cuestiones de género en sus agendas de negociación. También actúan con excesiva cautela aquellos que acompañan estos procesos, en tareas de facilitación, acercamiento, mediación o supervisión, en su mayor parte desde instancias internacionales, gubernamentales o no. Uno de estos obstáculos es que la dimensión de género no es considerada como una de las cuestiones centrales, sino como algo secundario y accesorio y, por tanto, nunca es incluida de manera prioritaria como un tema de la agenda. La idea de que sólo cuando el proceso de paz está encarrilado se puede estudiar si integrar o no el género e incluir a las mujeres, suele ser muy habitual, creándose inercias que dificultan cada vez más su inclusión.
La integración de la perspectiva de género no debe pasar por delante de otras cuestiones fundamentales para el buen funcionamiento de un proceso de paz, pero es un trabajo que puede hacerse en paralelo sin que obstaculice progresos en otros ámbitos. Por otra parte, las inercias cortoplacistas que dan prioridad a los logros inmediatos –aunque se trate de avances que posteriormente se revelen como no sostenibles en el tiempo– dificultan la visibilización de las aportaciones que la integración de la dimensión de género conlleva, sobre todo en términos de creación de condiciones para que los procesos posbélicos sean guiados por los principios de la inclusión y la justicia. Desde que en el año 2000 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara la resolución 1325 sobre las mujeres, la paz y la seguridad, es una obligación de la comunidad internacional, y particularmente de aquellos actores que intervienen en los procesos de paz, promover que la dimensión de género sea tenida en cuenta en todas las fases de un proceso de paz.
Las aportaciones que las tres galardonadas con el Premio Nobel han hecho a la construcción de la paz y la democratización de sus sociedades corroboran que la inclusión de las mujeres no es una rémora para el avance de la paz, sino por el contrario una apuesta por la sostenibilidad y la autenticidad de la paz y la democracia.
La aprobación de la resolución 1325 fue el resultado del trabajo de lobby por parte de redes de organizaciones de mujeres locales e internacionales y ha significado la institucionalización y, en menor medida, la aceptación por parte de la ONU y sus Estados miembros de una parte importante de las exigencias y propuestas de las organizaciones de mujeres en el ámbito de la construcción de la paz con perspectiva de género. En paralelo, esta institucionalización ha permitido que las organizaciones de mujeres cuenten con un instrumento de respaldo formal para sus propuestas.
A pesar de que el tema de la integración de la dimensión de género en los procesos de paz está en la agenda internacional sobre paz y seguridad de manera activa desde hace una década, la mayoría de procesos de paz siguen sin integrar esta perspectiva. Las organizaciones de mujeres son un actor muy relevante en la promoción de una salida dialogada a los conflictos armados, y en numerosas ocasiones han protagonizado llamamientos a los actores armados para que se ponga fin a los conflictos por la vía política. En muchos contextos de conflicto armado y polarización social, organizaciones de mujeres han promovido la creación de espacios de diálogo de carácter informal entre personas de comunidades enfrentadas. Aunque la experiencia en el ámbito de las negociaciones formales es mucho más reducida, el bagaje adquirido en otro tipo de espacios de diálogo, como la sociedad civil organizada, puede ser una aportación muy relevante en los procesos de paz formales.
De acuerdo con cifras de Naciones Unidas, las mujeres representan el 8% de quienes participan en las negociaciones de paz, y menos del 3% de quienes firman los acuerdos de paz. Las mujeres que promueven que las negociaciones y todas las fases previas de preparación se diseñen y se lleven a cabo integrando la perspectiva de género enfrentan diferentes obstáculos. Éstos provienen no sólo de quienes deben sentarse a negociar directamente, las partes en conflicto, que con frecuencia son reacias a contar con la participación de las mujeres y a incluir cuestiones de género en sus agendas de negociación. También actúan con excesiva cautela aquellos que acompañan estos procesos, en tareas de facilitación, acercamiento, mediación o supervisión, en su mayor parte desde instancias internacionales, gubernamentales o no. Uno de estos obstáculos es que la dimensión de género no es considerada como una de las cuestiones centrales, sino como algo secundario y accesorio y, por tanto, nunca es incluida de manera prioritaria como un tema de la agenda. La idea de que sólo cuando el proceso de paz está encarrilado se puede estudiar si integrar o no el género e incluir a las mujeres, suele ser muy habitual, creándose inercias que dificultan cada vez más su inclusión.
La integración de la perspectiva de género no debe pasar por delante de otras cuestiones fundamentales para el buen funcionamiento de un proceso de paz, pero es un trabajo que puede hacerse en paralelo sin que obstaculice progresos en otros ámbitos. Por otra parte, las inercias cortoplacistas que dan prioridad a los logros inmediatos –aunque se trate de avances que posteriormente se revelen como no sostenibles en el tiempo– dificultan la visibilización de las aportaciones que la integración de la dimensión de género conlleva, sobre todo en términos de creación de condiciones para que los procesos posbélicos sean guiados por los principios de la inclusión y la justicia. Desde que en el año 2000 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara la resolución 1325 sobre las mujeres, la paz y la seguridad, es una obligación de la comunidad internacional, y particularmente de aquellos actores que intervienen en los procesos de paz, promover que la dimensión de género sea tenida en cuenta en todas las fases de un proceso de paz.
Las aportaciones que las tres galardonadas con el Premio Nobel han hecho a la construcción de la paz y la democratización de sus sociedades corroboran que la inclusión de las mujeres no es una rémora para el avance de la paz, sino por el contrario una apuesta por la sostenibilidad y la autenticidad de la paz y la democracia.