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Los gastos militares en tiempos de crisis

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
Publicado en Gara

Según el último informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar mundial ascendió a un mínimo de 1,5 billones de dólares en 2009, lo que representa un gasto diario de 4.200 millones de dólares, una cifra jamás alcanzada, ni en plena guerra fría. Es, por supuesto, una mala noticia, especialmente si se trata de una cifra que indica una evolución ascendente. En otras palabras, cada año gastamos más en temas militares, incluso en plena crisis económica, mientras que se reducen los gastos para las diplomacias de paz y las ayudas al desarrollo. ¿Tiene esto sentido? ¿A dónde nos lleva?

La peor noticia no es que el gasto militar mundial se haya disparado a causa de los gastos de Estados Unidos, que con 661.000 millones de dólares, absorbe el 43% del gasto total, sino que existe un aumento del gasto en la casi totalidad de las regiones. Es un fenómeno universal, una dinámica, por tanto, que va en sentido contrario al espíritu de hace unos años de invertir en políticas de desarrollo sostenible, en seguridad humana, en revertir el cambio climático, en atender los Objetivos del Milenio y en promover la cooperación para el desarrollo. En cambio, para atajar la crisis económica, recortamos gastos sociales, dejando intactas las inversiones en armamentos de dudosa eficacia para garantizar nuestra seguridad. ¿Y por qué la crisis económica no es considerada como un atentado, una auténtica amenaza a nuestra seguridad?, podemos preguntarnos. Y en este orden de cosas, ¿de qué sirve disponer de modernos aviones de combate, portaviones o misiles de última generación, cuando se recortan los salarios a los funcionarios, se congelan las pensiones y se instala la incertidumbre en la mayoría de los ciudadanos?

Alemania ha decidido, al menos, recortar sus efectivos militares en 40.000 personas, lo que significa un recorte de 15’7% sobre sus efectivos actuales y un ahorro de unos 4.000 millones de dólares. Nada parecido se ha planteado en España, donde ni siquiera se concibe retrasar la adquisición de los polémicos y costosos aviones de combate, o decidir adquirir menos unidades. Ello hubiera podido evitar el recorte salarial de los funcionarios, una medida que atenta a la seguridad de buena parte de la población española. Porque de la seguridad se trata al fin y al cabo, y es tiempo de hacerse preguntas de base, como el sentido de que la Europa de la OTAN mantenga todavía unos ejércitos formados por 2,1 millones de personas. ¿Para defenderse de quién?, hay que preguntarse. Y no vale la argumentación de que sirven para participar en operaciones de mantenimiento de la paz, porque estas operaciones sólo movilizan a un pequeño porcentaje de los efectivos mencionados. La Europa de la OTAN mantiene todavía una estructura heredada de la guerra fría, con algunos recortes, pero no ha sido capaz de organizar un ejército integrado y racionalizado del orden de los 500.000 efectivos, lo que representaría situarlo en una cuarta parte de los efectivos actuales, con un ahorro de gasto del orden de los 200.000 millones de dólares anuales. ¿Pueden pensar los lectores la de cosas que podrían hacerse en tiempos de crisis con esta cantidad? ¿Cuántos empleos podrían crearse si esta cantidad se invirtiera en inversiones de mano intensiva?

Hay otra cuestión que hay que plantear. El gasto militar centrado en la compra de armamentos es inversamente proporcional al esfuerzo diplomático para gestionar las crisis y a la inversión para construcción procesos de paz. Hay negociaciones de paz en muchos países (Nigeria, Senegal, Sudán, Sáhara Occidental, Afganistán, India, Filipinas, Chipre, Moldova, Armenia, Azerbaiyán o Palestina, para poner unos ejemplos) que requieren de apoyos para la negociación y para asegurar un posconflicto en el que resulta vital la cooperación para la rehabilitación. ¿De dónde ha de salir el dinero? Eso sí sería invertir para la seguridad. De la misma forma, en los contextos conflictivos donde no hay procesos de paz, que son muchos, el esfuerzo para abrir diálogos, apuntalar acercamientos y construir caminos que conduzcan a un proceso de paz es un imperativo de primera magnitud. Todo lo que se haga en este sentido será crear seguridad, mucha más que la de limitarse, como hace España, a promocionar sus ventas de armas donde sea. En 2009 vendimos armas por valor de 1.346 millones de euros, un 44% más que en 2008, situándonos entre los siete primeros países exportadores del mundo. En este sector no hay crisis, pero es una pésima señal de las prioridades en las que estamos insertos, desde el momento en que recortamos nuestra ayuda al desarrollo y los centros de investigación para la paz, como el que dirijo, no tienen los recursos necesarios para llevar a cabo su tarea de construcción de paz. Y vuelvo con la reflexión inicial, de la mano de la última y reciente declaración del secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, que ha reclamado a los ministros de Defensa de la Alianza Atlántica gastar «lo suficiente» en defensa, es decir, el máximo posible, cuando de lo que se trata es de pensar en cómo gastar lo mínimo posible. En el fondo, subyace la gran pregunta de qué es lo que nos amenaza. Y cuando la respuesta es la crisis económica, el paro, el cambio climático y temas de esta naturaleza, el gasto militar deviene absurdo y cosa del pasado. Ojalá la crisis sirva para volver a poner sobre la mesa ese debate, que fue intenso en la década de los noventa y que conviene recuperar en los días de hoy.

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