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Por qué cuesta tanto empezar a negociar.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
Publicado en Semana.com

José Mª Sison, líder del National Democratic Front, brazo político de la guerrilla filipina del NPA, escribía hace unos años en un libro, y sin disimulo, que las negociaciones de paz que mantenía con el Gobierno desde 1986, formaban parte de su estrategia de guerra. No es extraño, pues, que no hubiera alcanzado un acuerdo definitivo y que siguiera negociando, con interrupciones, hasta el presente. Pongo este ejemplo para señalar cómo a veces no hay una sinceridad en la actitud de una de las partes (ocurre lo mismo a veces con los gobiernos), y cómo eso lleva al fracaso de cualquier intento de diálogo. No hay proceso de paz que aguante el engaño.

En Colombia, no habrá proceso de paz hasta que la insurgencia tenga la clarividencia de que ha llegado el momento histórico de apostarle por una negociación sincera, con todas las consecuencias que se derivan de ello. Y hay una de gran calado, que tiene que ver con el final de la historia. Una negociación con éxito conduce a la desmovilización de un grupo y su pase a la vida civil. Y la pregunta es obvia. ¿Están el ELN y las FARC preparados psicológicamente para este momento? Seguramente no. La siguiente pregunta es la siguiente: ¿Está la insurgencia en unas condiciones para asumir ese paso, en el transcurso de un proceso que puede ser más o menos largo? Puede, aunque de momento no tiene elaborado un discurso político que vaya en ese sentido. En otras palabras: la insurgencia no piensa en el mañana, sino en el presente, lo cual puede ser comprensible por la presión militar, pero ello le resta visión estratégica para pensar en temas de paz, y entiendo por paz, no la simple dejación de armas, sino el pacto de Estado por el que se diseñan una serie de transformaciones en procura de justicia social para el país y para disminuir las desigualdades y la pobreza.

En los procesos de paz que observo en el mundo, absolutamente siempre hay un momento específico en el que el líder de un grupo armado tiene la certeza de que ha llegado el momento histórico de dar un paso hacia la civilidad. Y con esta certeza elabora un discurso para convencer a sus compañeros de armas de lo que se puede ganar abandonando la guerra y luchando con las armas de la palabra y la movilización popular. Es una apuesta por las capacidades transformativas de la sociedad, la auténtica protagonista, en detrimento del poder mortífero de las armas y de la estrategia militar de unas minorías. Este paso implica dejar de lado la mística militar que ha acompañado la actividad guerrillera durante décadas, para elaborar un discurso social y cívico de otra naturaleza. Cuando se llega a este punto, una negociación irá seguro por buen camino, porque acabará con un acuerdo de paz con capacidad de transformar las estructuras vinculadas a la naturaleza originaria del conflicto armado.

En Colombia, para tener un proceso de paz exitoso, no bastará con que las FARC liberen a las personas privadas de libertad, aunque es condición indispensable para empezar. Faltará algo más, y es la convicción de que un proceso de negociación forzosamente provocará cambios de mentalidad y alumbrará objetivos vinculados a la civilidad. Una guerrilla deseosa de paz, habría de pensar desde ya en ese momento de futuro, porque sólo desde esta apertura mental será posible hacer una negociación con avances sustantivos.

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