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Refugiados: el derecho a la hospitalidad.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
Ara.cat

El drama de los miles de refugiados que huyen de los conflictos armados de Siria, Afganistán, Iraq y Libia, además de Eritrea y Somalia, está provocando uno de los éxodos más importantes de las últimas décadas. Solo en el presente año, 265.000 personas han llegado a Europa por el Mediterráneo, siendo Grecia el país más afectado en cuanto a la llegada masiva de refugiados (158.000 personas hasta el presente), seguida de Italia (104.000). Este éxodo se diferencia de otros por la simultaneidad temporal de la huida y la diversidad de procedencias. Los refugiados no quieren instalarse definitivamente en un país vecino, porque saben que sus ciudades han quedado arrasadas, las guerras van a peor, han tenido que huir con lo puesto, sin más, y no tienen ningún futuro cobijándose de por vida en una tienda de campaña proporcionada por ACNUR. Por eso han decidido iniciar un larguísimo viaje, hasta Europa Occidental, entendiendo que es la única posibilidad de que al menos los más pequeños, puedan tener un futuro con un mínimo de dignidad. Los mayores, creo, tienen bastante con no sufrir más la guerra que se ha desatado y descontrolado en sus países de origen, particularmente Siria.

No estamos hablando de una prospectiva ni de un juego de simulación, sino de un desafío y una interpelación urgente a los gobiernos y a la ciudadanía de una parte de la Unión Europea, que tenemos que decidir, ya, si continuamos mirando hacia otra parte cuando, a diario, los reporteros de la televisión hacen el seguimiento del avance de esta multitud de desesperados, sin maletas ni colchones, solo con lo puesto, que a modo de peregrinaje andan y andan, desafían guardias fronterizos, alambradas y gases lacrimógenos, quedando a merced de la buena voluntad final de los gobiernos de aquellos países que configuran su larga ruta hasta un más que incierto destino final. Este dramático escenario no estaba previsto, ni en las políticas exteriores ni en el reparto de los presupuestos del Estado de ningún país europeo, ni en los primeros de acogida (Turquía, Grecia, Italia) ni en los destinos finales deseados por esa multitud, una humanidad andante, desesperada y esperanza al mismo tiempo, que se resiste a morir y suplica una acogida misericordiosa en una Europa que presume de civilizada, pero que no acaba de asumir su responsabilidad en cuanto al derecho y al deber de hospitalidad se refiere, especialmente cuando se trata de gente refugiada. Es además desesperante comprobar como Rusia, la fiel aliada del tirano de Siria y corresponsable de cuanto ocurre en ese país, no haya dicho ni pio respecto a acoger a un número significativo de los refugiados a causa de la venta de sus bombas al Gobierno sirio, al que no le han temblado las manos para masacrar a sus ciudadanos.

Ante la dificultad de que un solo país, Grecia, sumido además en una profunda crisis económica y política, tenga que hacerse cargo, en primera instancia, de un número tan elevado de personas, los países miembros de la UE, después de muchos meses de inactividad, tomaron la decisión inicial de repartirse un cupo de un máximo de 40.000 personas de ese flujo, esto es, el 15%. El 85% restante, que se pudra o se evapore, o que el Papa Francisco los instale en la Plaza de San Pedro y les dé alivio, cosa que no me extrañaría que sucediera si las cosas continúan como van. Y lo más dramático es que un amplio grupo de gobiernos de la UE, entre ellos el de España, se ha negado al reparto por cupos de ese 15%, alegando varios motivos, económicos en su mayor parte. Han olvidado por completo lo que es la solidaridad, el deber de hospitalidad y el alivio del sufrimiento de aquellas familias que han tenido que abandonar sus países ante la amenaza de la muerte. La UE tiene 507 millones de habitantes. Repartirse a partes iguales aquellos 40.000 refugiados, el 15% mencionado, supone menos de una diezmilésima parte de su población. A España le tocaría, por ejemplo, unos 4.600 refugiados, solo un 3% de los refugiados que han llegado a Grecia en el presente año. A un municipio de 10.000 habitantes le tocaría acoger a una rocodromo hinchable sola persona. Un gran municipio de un millón de habitantes, 100 personas. ¿Realmente no somos capaces de acoger a esas familias desesperadas, en una proporción como la que señalo? Si nos es así, hemos perdido el sentido de dignidad y nos estamos deshumanizando. Si, en cambio, estamos dispuestos a acoger a estas personas, como acaba de proponer la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, digámoslo en alto a nuestros gobernantes y empecemos a gestionar su venida a nuestras tierras, aunque sea por compasión si es que ya hemos perdido el sentido de hospitalidad hacia los que huyen de las malditas guerras que no hemos sabido evitar o frenar. Es urgente.

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