Pamela Urrutia Arestizábal, Investigadora de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
revistaperspectiva.com
Análisis sobre el proceso de paz palestino-israelí y sus perspectivas. Comentario al artículo del profesor Marcos Peckel sobre los escenarios de solución al conflicto.
A casi dos décadas de la firma de los Acuerdos de Oslo (1993), la tarea de valorar la evolución del proceso de paz entre palestinos e israelíes parece altamente pertinente. Marcos Peckel analiza las dificultades para alcanzar una salida negociada al conflicto en las múltiples rondas de conversaciones que han tenido lugar en los últimos veinte años y subraya dos de los principales cuestionamientos a las dinámicas de Oslo: su lógica progresiva y su decisión de postergar la discusión sobre los asuntos más problemáticos del conflicto (entre ellos la definición de fronteras, Jerusalén, los asentamientos o el destino de los refugiados palestinos). Cabe resaltar que otra de las críticas relevantes, destacada por diversos autores, es que el esquema de Oslo partió de la base de la distribución de fuerzas en terreno en vez de asumir un mayor compromiso con la legalidad internacional y con las resoluciones de Naciones Unidas. Esto ha permitido la continuidad de las políticas de ocupación israelíes, en paralelo a la creación de una sui generis autonomía palestina que en teoría debía ser transitoria y que se ha convertido en permanente. El hecho de que EEUU haya dominado el proceso de mediación internacional también ha favorecido la posición de Israel como actor dominante en el conflicto, profundizando la asimetría entre las partes en el marco de las negociaciones de paz. Esta dinámica ha persistido incluso después del fracaso de la llamada década de Oslo y de la configuración en 2003 del Cuarteto para Oriente Medio (EEUU, Rusia, Naciones Unidas y la Unión Europea), que se ha visto condicionado su accionar por consensos de mínimo común denominador generalmente determinados por Washington, como destacaba Khaled Elgindy en un artículo reciente.
Como bien señala el profesor Peckel, la fórmula de dos Estados ha sido durante décadas la opción preferente en la aproximación al conflicto. Sin embargo, existen crecientes dudas sobre la viabilidad de esta alternativa, dada la situación en terreno y la manera en que ésta condiciona la emergencia de un eventual Estado palestino. Esta realidad se caracteriza por la elevada fragmentación del territorio palestino, patente no sólo en la separación –física y también política– entre Gaza y Cisjordania, sino también por lo que autores han descrito como “cantonización” de Cisjordania y por políticas de segregación isarelíes. La AP controla menos de la mitad del territorio, marcado por controles militares israelíes, el muro de separación y carreteras de uso exclusivo para los colonos, que ya superan los 300.000. Otros 200.000 viven en Jerusalén Este, ocupada por Israel en 1967 y que los palestinos aspiran a que sea su capital. En este contexto, y ante el bloqueo en las negociaciones, son muchos los que creen que la fórmula de dos Estados ya no es practicable. Algunas voces han planteado la necesidad de un cambio de aproximación hacia la configuración de un solo Estado binacional que defina a sus ciudadanos en base a criterios democráticos y no identitarios. Sin embargo, esta opción es considerada por muchos observadores como inviable, dada la animosidad entre las partes y la aspiración de sectores dominantes en la política israelí a consolidar un Estado judío.
Más que analizar la viabilidad de estas opciones, me gustaría apuntar una reciente reflexión de International Crisis Group, que considera que la única forma de rescatar la solución de dos estados es a partir de un cambio de paradigma. Este planteamiento implica asumir que el proceso de paz no ha funcionado –se ha convertido en un mecanismo de gestión y no de transformación del conflicto–; integrar en las negociaciones actores –entre ellos Hamas y los colonos israelíes– y temas hasta ahora excluidos de las negociaciones, además de una mediación efectiva de la comunidad internacional. Las condiciones para un diálogo parecen escasas a corto plazo. La reciente escalada de violencia recuerda que el status quo no tiene un costo cero para las partes y que el potencial de conflicto armado de mayores proporciones está latente. En los próximos meses, la evolución del conflicto y de las eventuales negociaciones estará determinada además por una serie de factores, entre ellos las elecciones en Israel –en las que se prevé un triunfo de Benjamín Netanyahu–; la creciente debilidad de la AP, su fragilidad económica y su errática estrategia hacia Israel; la concreción –o no– de la reconciliación entre Hamas y Fatah, la política de Obama hacia la región durante su segundo mandato; el posicionamiento de actores relevantes como Egipto –con un nuevo Gobierno más proclive a Hamas–; y el impacto de la crisis siria en la inestabilidad regional y en los cálculos estratégicos de los principales actores en Oriente Medio.
A casi dos décadas de la firma de los Acuerdos de Oslo (1993), la tarea de valorar la evolución del proceso de paz entre palestinos e israelíes parece altamente pertinente. Marcos Peckel analiza las dificultades para alcanzar una salida negociada al conflicto en las múltiples rondas de conversaciones que han tenido lugar en los últimos veinte años y subraya dos de los principales cuestionamientos a las dinámicas de Oslo: su lógica progresiva y su decisión de postergar la discusión sobre los asuntos más problemáticos del conflicto (entre ellos la definición de fronteras, Jerusalén, los asentamientos o el destino de los refugiados palestinos). Cabe resaltar que otra de las críticas relevantes, destacada por diversos autores, es que el esquema de Oslo partió de la base de la distribución de fuerzas en terreno en vez de asumir un mayor compromiso con la legalidad internacional y con las resoluciones de Naciones Unidas. Esto ha permitido la continuidad de las políticas de ocupación israelíes, en paralelo a la creación de una sui generis autonomía palestina que en teoría debía ser transitoria y que se ha convertido en permanente. El hecho de que EEUU haya dominado el proceso de mediación internacional también ha favorecido la posición de Israel como actor dominante en el conflicto, profundizando la asimetría entre las partes en el marco de las negociaciones de paz. Esta dinámica ha persistido incluso después del fracaso de la llamada década de Oslo y de la configuración en 2003 del Cuarteto para Oriente Medio (EEUU, Rusia, Naciones Unidas y la Unión Europea), que se ha visto condicionado su accionar por consensos de mínimo común denominador generalmente determinados por Washington, como destacaba Khaled Elgindy en un artículo reciente.
Como bien señala el profesor Peckel, la fórmula de dos Estados ha sido durante décadas la opción preferente en la aproximación al conflicto. Sin embargo, existen crecientes dudas sobre la viabilidad de esta alternativa, dada la situación en terreno y la manera en que ésta condiciona la emergencia de un eventual Estado palestino. Esta realidad se caracteriza por la elevada fragmentación del territorio palestino, patente no sólo en la separación –física y también política– entre Gaza y Cisjordania, sino también por lo que autores han descrito como “cantonización” de Cisjordania y por políticas de segregación isarelíes. La AP controla menos de la mitad del territorio, marcado por controles militares israelíes, el muro de separación y carreteras de uso exclusivo para los colonos, que ya superan los 300.000. Otros 200.000 viven en Jerusalén Este, ocupada por Israel en 1967 y que los palestinos aspiran a que sea su capital. En este contexto, y ante el bloqueo en las negociaciones, son muchos los que creen que la fórmula de dos Estados ya no es practicable. Algunas voces han planteado la necesidad de un cambio de aproximación hacia la configuración de un solo Estado binacional que defina a sus ciudadanos en base a criterios democráticos y no identitarios. Sin embargo, esta opción es considerada por muchos observadores como inviable, dada la animosidad entre las partes y la aspiración de sectores dominantes en la política israelí a consolidar un Estado judío.
Más que analizar la viabilidad de estas opciones, me gustaría apuntar una reciente reflexión de International Crisis Group, que considera que la única forma de rescatar la solución de dos estados es a partir de un cambio de paradigma. Este planteamiento implica asumir que el proceso de paz no ha funcionado –se ha convertido en un mecanismo de gestión y no de transformación del conflicto–; integrar en las negociaciones actores –entre ellos Hamas y los colonos israelíes– y temas hasta ahora excluidos de las negociaciones, además de una mediación efectiva de la comunidad internacional. Las condiciones para un diálogo parecen escasas a corto plazo. La reciente escalada de violencia recuerda que el status quo no tiene un costo cero para las partes y que el potencial de conflicto armado de mayores proporciones está latente. En los próximos meses, la evolución del conflicto y de las eventuales negociaciones estará determinada además por una serie de factores, entre ellos las elecciones en Israel –en las que se prevé un triunfo de Benjamín Netanyahu–; la creciente debilidad de la AP, su fragilidad económica y su errática estrategia hacia Israel; la concreción –o no– de la reconciliación entre Hamas y Fatah, la política de Obama hacia la región durante su segundo mandato; el posicionamiento de actores relevantes como Egipto –con un nuevo Gobierno más proclive a Hamas–; y el impacto de la crisis siria en la inestabilidad regional y en los cálculos estratégicos de los principales actores en Oriente Medio.