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Boicot a Qatar, el hijo díscolo del Golfo, con entrevista a Pamela Urrutia.

Por cielo, mar y tierra, Catar, un país con una superficie cinco veces menor que la de Antioquia, 2,4 millones de habitantes y la renta per cápita más alta del mundo, está acorralado.

Hace 10 días, seis países árabes cortaron relaciones diplomáticas con ese emirato (territorio administrado por una monarquía en el mundo árabe), lo que implicó cerrar todo contacto terrestre, marítimo y aéreo con la nación del oeste de Asia, que aunque invierte 200 mil millones de dólares en la realización del mundial de fútbol de 2022, depende de la importación de alimentos y de la venta al exterior de sus reservas de gas (las terceras más abundantes del globo).

Arabia Saudita, Egipto, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Yemen y Libia lo acusan, sin evidencias, de apoyar a grupos terroristas como Estado Islámico (EI) y al Qaeda, juicio al que incluso se sumó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que expresó: “Ha llegado la hora de llamar a Catar a detener su financiación del terrorismo. Tienen que acabar con esa financiación y con la ideología extremista”.

Desde Doha, la capital, se han negado tales atribuciones, mientras la población busca salidas a la crisis diplomática: la aerolínea Qatar Airways cambió sus rutas, aunque eso le ha implicado gastos adicionales; los víveres se compran en Irán u Omán, por vía marítima, o por avión desde Turquía, Europa y el sureste de Asia, y las exportaciones de gas (3.100 millones de metros cúbicos diarios) y de petróleo (600.000 barriles cada día) transitan por el estrecho de Ormuz hacia el resto de Asia.

Entretanto, en los mercados, si bien no hay desabastecimiento, los productos de Arabia (que eran la mayoría) han sido reemplazados poco a poco por pollo, leche y cereales de Turquía y Marruecos.

“El embargo, no nos deja ningún impacto visible hasta ahora. Los productos están disponibles en todos los supermercados. En general, realmente no se siente ninguna crisis aquí, sino que es bastante política”, menciona Mohamed Sami Ben Ali, profesor de Economía del Desarrollo de la Universidad de Catar, para quien tranquiliza el hecho de que un número cada vez mayor de países, como Turquía, Irán, Túnez y Marruecos, se están oponiendo a aislar a Doha, “y la gente aquí se siente cómoda con este creciente apoyo internacional”.

Para Mohamed, como desde hace dos años su país está convirtiendo los recursos naturales en riqueza (invirtiendo en infraestructura, construyendo una fuerza de trabajo productiva y aumentando sus inversiones nacionales e internacionales), “estamos bien aislados frente a los choques externos, como el embargo”, a lo que suma que Catar tiene acceso a “enormes recursos financieros y de intercambio para defender su economía”.

 

Lo que no se cuenta


Sin embargo, lo que el economista no ve es que la crisis entre Arabia Saudita y Catar, que está involucrando a otra serie de países alineados con uno u otro bando, “agrava aún más el ya deteriorado panorama en Oriente Medio”.

Así lo considera Pamela Urrutia, experta en esa región de la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona. Según dice, las medidas contra Catar pueden no derivar en concesiones a corto plazo, sino, acabar propiciando una mayor aproximación a Irán, que ha ofrecido ayuda al emirato para sortear el bloqueo impuesto por Arabia Saudita.

Turquía, que inicialmente intentó presentar una posición más neutral, también ha acabado posicionándose explícitamente a favor de Catar por cuestiones de proximidad ideológica y por interés militar (Turquía tiene una base en territorio catarí y posibilidades de desplegar tropas).

Así, concluye la experta, la disputa no parece tener una salida a corto plazo, y el riesgo es que un Oriente Medio, aún más fracturado y polarizado, dificulte las posibilidades de desescalar y transformar conflictos , incluyendo escenarios que continúan teniendo gravísimos impactos en la población civil, como los de Yemen y Siria.

 

Al Jazeera, ¿innegociable?


Además de detener la supuesta financiación a grupos terroristas, lo que los seis países le exigen a Doha para restaurar las relaciones es complejo y polémico: cerrar Al Jazeera y otros medios críticos con base en el país, eliminar los contactos con los movimientos islamistas Hamás y los Hermanos Musulmanes (lo que incluye expulsar a todos sus dirigentes del país) y limitar las relaciones con Irán estrictamente a la explotación y comercio de gas.

De acuerdo con Marcos Peckel, experto en asuntos de Medio Oriente de la Universidad Externado, todos los puntos son negociables: “Catar puede dejar de apoyar a esos grupos, porque ya no gana nada con hacerlo, y hasta puede bajarle el perfil a la relación con Teherán”, pero desaparecer o manipular Al Jazeera es quizá el punto de fricción más importante, “el que no va a desaparecer”.

Y es que ese conglomerado de medios, fundado por el emirato catarí en 1996, se convirtió en poco tiempo en una red influyente, “en una bocanada de aire fresco en el mundo árabe, donde la prensa está controlada por los gobiernos”, dice Peckel, para quien fue clave su cubrimiento de las protestas alrededor de la Primavera Árabe, lo que terminó posicionando a Catar como una voz poderosa en la región, que sugería un apoyo al derrocamiento de los líderes de Túnez, Egipto, Yemen y Libia.

En eso coincide Germán Ortiz, director del Observatorio para la Libertad de Expresión de la Universidad del Rosario, para quien es claro que Al Jazeera resulta incómoda para autocracias de Medio Oriente y por eso fue puesta en el centro de la responsabilidad de los cambios de gobierno. En ese sentido, agrega, poner la supervivencia del medio como condición para resolver un conflicto, “juega con la libertad de expresión y con la independencia del grupo periodístico”, y hasta abre espacio a que los grupos más extremistas se conviertan en la única voz de la información.

Sobre ello, Jamal ElShayyal, vocero de Al Jazeera, le manifestó a EL COLOMBIANO su rechazo y el de sus colegas al hecho de que quieran usar al medio como chivo expiatorio para resolver asuntos diplomáticos, y añadió que no están dispuestos a ceder su independencia “de larga trayectoria” para darle fin a una crisis política. Además, como periodista, dice que encuentra “terrible” que seis naciones, junto a Estados Unidos, apoyen un pedido como el que lidera Arabia Saudí contra la información: “eso habla mucho de los tipos de gobiernos que rodean a Catar . Son dictaduras que quieren frenar la libertad de expresión”.

ElShayyal denuncia que, si bien Al Jazeera no ha cedido en sus responsabilidades periodísticas ante las presiones de los últimos días, la semana pasada sufrieron un hackeo, lo que considera una “censura” que crece cada vez que escriben sobre la crisis diplomática.

“Esta crisis no es por Al Jazeera, es por países como Arabia Saudí que no soportan la independencia de Catar y que nosotros seamos un símbolo de ello”, asevera. 

 

Un asunto de egos


En el fondo de la crisis diplomática más grave que han tenido en el Golfo Pérsico, hay más que la inconformidad de un bloque con las ideas políticas e ideológicas de las organizaciones Hamás (Palestina) y los Hermanos Musulmanes (Egipto).

“Los ven como enemigos, cuando en realidad lo que tienen es una comprensión distinta del islam, unas críticas a la monarquía saudí y una intención de presentarse como alternativas políticas”, detalla Gilberto Conde Zambada, investigador del Centro de Estudios de Asia y África del Colegio de México, y anticipa que esa actitud solo desvía las posibilidades de combatir el “verdadero terrorismo”, el de Estado Islámico, “que tienen una visión del mundo remotamente distinta a la de Hamás, por ejemplo”.

Para el experto, el bloqueo a Catar es “extraño”, y se explica desde la idea de que ese emirato ha tratado de afirmar una independencia política y económica frente a Arabia Saudí, la potencia de la región, a la que le disgustan las intenciones de sus vecinos de tener un perfil político propio.

“Es un tema de egos familiares”, agrega Peckel, para quien es claro que las monarquías que controlan los países del Golfo ven a Catar como “el hijo díscolo” que crece por su cuenta con gigantescas reservas de gas y que desafía la hegemonía de Arabia Saudí aliándose con Irán, el archienemigo de los Estados que integran el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).

Sobre este último país sí que pesan rivalidades. Y es que los sauditas no ven con buenos ojos el tipo de aproximación, más pragmática, por parte de Catar a su antagonista regional, condicionada en parte por cuestiones económicas, ya que Catar e Irán comparten la explotación de gas, que junto al petróleo es el oro de esa región.

Entretanto, que Trump copie el discurso contra Catar e Irán no ayuda. Para Conde Zambada, no solo hace que se combatan organizaciones que no necesariamente son terroristas, sino que cambia la concordia que solía haber entre Estados Unidos y Catar y refuerza las diferencias de Washington con Teherán, poniendo en riesgo la posibilidad de que haya soluciones a los conflictos en los que ambos intervienen. “Parece que el verdadero crimen de Catar, entonces, es resistir el consenso regional forjado por Arabia Saudí y los Estados Unidos bajo Trump”, concluye Conde Zambada.





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