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Perder el miedo al final de ETA.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

Hace unos meses se produjo un hecho histórico y largamente esperado: ETA anunciaba el fin de la lucha armada. Ya no habría más atentados, ni más muertos ni más amenazas. Con este anuncio, ETA plantaba también el camino de su autodisolución. No lo condicionaba a objetivos políticos ni a reivindicaciones soberanistas, sino simplemente a dos cuestiones prácticas, a saber, la forma de entregar las armas y el futuro de sus presos. Para ello planteaba un diálogo con el Gobierno, y más tarde nombró a una comisión de presos para la tarea.

Lo que podría haber sido un procedimiento sencillo para acabar finalmente con ETA, se ha vuelto en un problema de difícil solución, por la existencia de un síndrome absurdo: se cree que no hay que hablar con ETA bajo ningún concepto, porque es una organización terrorista derrotada y en vías de extinción. Que está derrotada es cierto, policial y socialmente, pero no lo es que esté extinta. Le quedan razones y miembros para continuar existiendo, y me parece absurda esta situación, porque impera el miedo al contacto, como si fuera contagioso o portador de algún mal, cuando lo cierto es que en todos los procesos de paz hay un momento delicado, pero necesario, que es cuando las partes se encuentran para determinar cómo podrán fin a la historia. Se trata ni más ni menos de hablar del cierre ordenado. Porque no habrá cierre si no es consensuado, guste o no guste.

El proceso de paz del País Vasco tiene la peculiaridad, nada habitual, de haber sido un proceso sin negociación, al menos en su etapa final. Al no existir negociación, no ha habido precio político, pero tampoco se han podido resolver algunas cuestiones formales propias de cualquier proceso de paz. Y en España hay un factor que paradójicamente está actuando en contra del final de ETA: la presión de algunas asociaciones de víctimas, que con su actuación no dejan que la historia finalice por completo. El Gobierno es lógico que escuche a esas asociaciones, pero no es correcto que lo paralice. El Gobierno tiene la obligación de actuar políticamente para que el final de ETA sea una realidad, y para eso tendrá que hablar con ETA, única y exclusivamente para cerrar el único capítulo que queda. No puede quedar sometido al chantaje de las víctimas ni puede amilonarse por el prurito del no-contagio. Por el contrario, hay que tener el sentido común de dialogar para buscar una solución a los temas pendientes, que repito no son más que dos: qué hacer con los presos que ya han cumplido una parte de la condena y pueden reinsertarse, y cómo se entregan lar armas, posiblemente a una comisión internacional.

ETA acaba de emitir un comunicado en el que anuncia que está buscando formas de abrir vías de diálogo. En tiempos pasados, este ofrecimiento tenía un coste político, pero ahora ya no, no se olvide. Eso debería ser suficiente para perder el miedo al contacto. Mediante el diálogo se encontrará el punto justo de lo que es posible realizar. Tengo que advertir que, por cómo han ido las cosas, el del País Vasco será el único proceso de paz en el mundo que no irá acompañado de una amnistía para los presos, y ETA lo sabe. La sociedad española tampoco lo admitiría. Lo que se plantea ahora es otra cosa: son beneficios penitenciarios y acercamiento de presos, nada más, aparte de medidas de gracia para los perseguidos que no tengan pendientes delitos de sangre. Hay gente exiliada que debería poder volver con normalidad. Son medidas razonables que permitirán a ETA tomar la última decisión que la falta, la de autodisolverse, para el bien de todos.

Así, pues, el Gobierno tiene la posibilidad de tomar la iniciativa, perder el miedo, y abordar la fase final de este conflicto. No tiene sentido dejarse llevar por la parálisis que no hace más que alargar la agonía. ETA no se disolverá si el Gobierno no da ese paso. Y la sociedad española no debería escandalizarse porque el Gobierno contacte con los presos de ETA designados para este tema. Lo deberíamos ver como algo normal, porque es un paso necesario. No es un desprecio a las víctimas, sino un acto político encaminado a posibilitar el fin de ETA, que es un objetivo que todos los ciudadanos podemos compartir.

Es conveniente que ETA deje de existir, porque sólo así será posible curar en lo posible las heridas producidas en los años de su existencia. En el País Vasco se están tomando ya varias iniciativas en este sentido, y poco a poco la situación se normalizará. Hagamos posible, pues, que puedan cerrarse definitivamente las heridas con la disolución de ETA.

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