Yezid Arteta, Investigador de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.
Semana.com
Yesid Arteta, excombatiente de las FARC y analista de conflictos, reflexiona sobre el anuncio que hizo esta guerrilla y recuerda que la paz en el mundo se ha alcanzado después de fracasar no una ni dos sino varias veces.
El movimiento Talibán se apresta a abrir una oficina en Qatar y los Estados Unidos han dado el visto bueno a esta apertura porque confían en que, el diálogo y la negociación con el enemigo que combaten en Afganistán, se convierta en la vía más efectiva para superar una guerra que comenzaron hace una década.
En Colombia, se cumplieron 47 años de conflicto y sin embargo aún persisten fuerzas poderosas que se oponen a una nueva ronda de conversaciones para alcanzar la paz. Guardadas las diferencias sobre la naturaleza de la guerra en Colombia y Afganistán hay sin embargo una circunstancia que las identifica: el empantanamiento en el plano netamente militar. Cuando un bando tiene la certeza de que sólo falta un palmo para ganar una guerra es lícito que quiera llegar hasta el final y alzarse con la victoria.
No es el caso de Colombia donde públicamente se vende la ilusión de una derrota pero sotto voce se sabe que tal propósito es un mero deseo porque, a pesar de la asimetría, el potencial bélico de las fuerzas militares y los insurgentes tiene sus limitaciones y nunca será suficiente para zanjar la lisa en el marco operativo. La solución es de manual: cuando no se puede acabar a balas un conflicto no queda más que el dialogo para conseguirlo.
“Guerra degradada” es la expresión usualmente empleada por la mayoría de analistas para definir el conflicto colombiano. Si no fuera cierto que en Colombia se asesina a cada rato por meras diferencias, este enunciado parecería una broma pues desde el siglo pasado no hay una sola confrontación bélica que se haya ceñido a los protocolos de guerra. El soldado y el rebelde reciben la orden de aniquilar al enemigo y por tanto su capacidad de discernimiento en el combate se materializa en los cuatro kilogramos que pesa su fusil de asalto. En Colombia el problema no es la degradación, factor intrínseco a la guerra, sino la guerra en sí misma.
En los foros de leyentes y en las columnas de prensa se libra una guerra que al fin y al cabo es de papel y salvo las rabietas de los lectores y columnistas, no mata a nadie, en cambio la que se hace en un paraje del medio o bajo Caguán o en el Cañón del río Micay es más que verdadera y cobra vidas cada 24 horas. Pocos colombianos se indagan acerca de las vicisitudes que ocurren en un pelotón del ejército que pernocta en el filo de un páramo o cual es la naturaleza de un guerrillero de las FARC o el ELN que hace de centinela en una avanzada. Una importante masa de hombres y mujeres que hacen parte de las fuerzas gubernamentales y las filas rebeldes está siendo destrozada por cuenta de unos cuantos discursos que sólo alimentan la intransigencia en país que necesita de cordura y reconciliación para encarar el reto del desarrollo y el bienestar social.
No hay un solo conflicto en el mundo en que se haya conseguido la paz en las primeras de cambio. Se falla una, dos y varias veces hasta que finalmente se logra encontrar la vía para firmar un acuerdo de paz. ¿Porqué Colombia debe ser la excepción? Si no se pudo en el Caguán hay que abrir otra puerta hasta llegar a un proceso de paz. Cosa distinta es que el gobierno y los rebeldes acuerden una arquitectura de dialogo y negociación distinta a la sucedida en el Caguán a fin de no reeditar los yerros y rescatar lo auténtico. El comunicado de las FARC (Sobre Prisioneros y Retenciones) anunciando la liberación de la totalidad de los militares que se encuentran en su poder y renunciando al secuestro de civiles en forma definitiva es lo mismo que el reconocimiento del conflicto interno que hizo el presidente Santos. Es la noticia más importante para quienes continúan apostando a un proceso de paz.
El gobierno, que ha reclamado gestos por parte de la guerrilla, no puede mantenerse petrificado frente al deseo de las FARC de “entablar conversaciones” y seguir despilfarrando esta magnifica oportunidad. El presidente Santos no debe asustarse por las diatribas de los recalcitrantes que apuestan por un país caótico e ingobernable y debe convencer a la opinión pública nacional e internacional que es capaz de hacer la paz con los rebeldes colombianos.
Un país no se transforma de la noche a la mañana y sería pretencioso y utópico creer que una mesa de negociación puede hacerlo. Dicho esto, las partes deben concentrarse y actuar sobre un puñado de temas que, en el caso colombiano, están ligados al conflicto: tenencia de la tierra; cultivos ilícitos y medio ambiente; el papel de las fuerzas armadas y la policía al final del conflicto; perdón para los combatientes de todas las partes involucradas en el conflicto y rehabilitación política con garantías. Y por supuesto que hay que abordar paralelamente los aspectos relacionados con la memoria del conflicto puesto que sin ella es imposible entender qué fue lo que originó la catástrofe. Sólo reconstruyendo el pasado se puede mirar hacía adelante.mur de montee gonflable
*Excombatiente y exprisionero, analista de conflictos, trabajo por la paz y la reconciliación de Colombia.
El movimiento Talibán se apresta a abrir una oficina en Qatar y los Estados Unidos han dado el visto bueno a esta apertura porque confían en que, el diálogo y la negociación con el enemigo que combaten en Afganistán, se convierta en la vía más efectiva para superar una guerra que comenzaron hace una década.
En Colombia, se cumplieron 47 años de conflicto y sin embargo aún persisten fuerzas poderosas que se oponen a una nueva ronda de conversaciones para alcanzar la paz. Guardadas las diferencias sobre la naturaleza de la guerra en Colombia y Afganistán hay sin embargo una circunstancia que las identifica: el empantanamiento en el plano netamente militar. Cuando un bando tiene la certeza de que sólo falta un palmo para ganar una guerra es lícito que quiera llegar hasta el final y alzarse con la victoria.
No es el caso de Colombia donde públicamente se vende la ilusión de una derrota pero sotto voce se sabe que tal propósito es un mero deseo porque, a pesar de la asimetría, el potencial bélico de las fuerzas militares y los insurgentes tiene sus limitaciones y nunca será suficiente para zanjar la lisa en el marco operativo. La solución es de manual: cuando no se puede acabar a balas un conflicto no queda más que el dialogo para conseguirlo.
“Guerra degradada” es la expresión usualmente empleada por la mayoría de analistas para definir el conflicto colombiano. Si no fuera cierto que en Colombia se asesina a cada rato por meras diferencias, este enunciado parecería una broma pues desde el siglo pasado no hay una sola confrontación bélica que se haya ceñido a los protocolos de guerra. El soldado y el rebelde reciben la orden de aniquilar al enemigo y por tanto su capacidad de discernimiento en el combate se materializa en los cuatro kilogramos que pesa su fusil de asalto. En Colombia el problema no es la degradación, factor intrínseco a la guerra, sino la guerra en sí misma.
En los foros de leyentes y en las columnas de prensa se libra una guerra que al fin y al cabo es de papel y salvo las rabietas de los lectores y columnistas, no mata a nadie, en cambio la que se hace en un paraje del medio o bajo Caguán o en el Cañón del río Micay es más que verdadera y cobra vidas cada 24 horas. Pocos colombianos se indagan acerca de las vicisitudes que ocurren en un pelotón del ejército que pernocta en el filo de un páramo o cual es la naturaleza de un guerrillero de las FARC o el ELN que hace de centinela en una avanzada. Una importante masa de hombres y mujeres que hacen parte de las fuerzas gubernamentales y las filas rebeldes está siendo destrozada por cuenta de unos cuantos discursos que sólo alimentan la intransigencia en país que necesita de cordura y reconciliación para encarar el reto del desarrollo y el bienestar social.
No hay un solo conflicto en el mundo en que se haya conseguido la paz en las primeras de cambio. Se falla una, dos y varias veces hasta que finalmente se logra encontrar la vía para firmar un acuerdo de paz. ¿Porqué Colombia debe ser la excepción? Si no se pudo en el Caguán hay que abrir otra puerta hasta llegar a un proceso de paz. Cosa distinta es que el gobierno y los rebeldes acuerden una arquitectura de dialogo y negociación distinta a la sucedida en el Caguán a fin de no reeditar los yerros y rescatar lo auténtico. El comunicado de las FARC (Sobre Prisioneros y Retenciones) anunciando la liberación de la totalidad de los militares que se encuentran en su poder y renunciando al secuestro de civiles en forma definitiva es lo mismo que el reconocimiento del conflicto interno que hizo el presidente Santos. Es la noticia más importante para quienes continúan apostando a un proceso de paz.
El gobierno, que ha reclamado gestos por parte de la guerrilla, no puede mantenerse petrificado frente al deseo de las FARC de “entablar conversaciones” y seguir despilfarrando esta magnifica oportunidad. El presidente Santos no debe asustarse por las diatribas de los recalcitrantes que apuestan por un país caótico e ingobernable y debe convencer a la opinión pública nacional e internacional que es capaz de hacer la paz con los rebeldes colombianos.
Un país no se transforma de la noche a la mañana y sería pretencioso y utópico creer que una mesa de negociación puede hacerlo. Dicho esto, las partes deben concentrarse y actuar sobre un puñado de temas que, en el caso colombiano, están ligados al conflicto: tenencia de la tierra; cultivos ilícitos y medio ambiente; el papel de las fuerzas armadas y la policía al final del conflicto; perdón para los combatientes de todas las partes involucradas en el conflicto y rehabilitación política con garantías. Y por supuesto que hay que abordar paralelamente los aspectos relacionados con la memoria del conflicto puesto que sin ella es imposible entender qué fue lo que originó la catástrofe. Sólo reconstruyendo el pasado se puede mirar hacía adelante.mur de montee gonflable
*Excombatiente y exprisionero, analista de conflictos, trabajo por la paz y la reconciliación de Colombia.