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Prevenir la violencia para cambiar la realidad.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.

Según un informe publicado recientemente por Naciones Unidas, más de 10 millones de personas del Cuerno de África se están viendo afectadas por la peor sequía en 60 años, lo que está causando una grave crisis alimentaria en grandes área de Somalia, Etiopía, Yibuti y Kenia. La situación afecta en especial a Somalia, un país fallido en situación de conflicto armado, dando origen al desplazamiento de miles de personas hacia Kenia, país en el que el precio del grano se ha incrementado en porcentajes intolerables, colocando en una situación límite a muchas familias pobres.

Esta noticia es clásica de una situación de crisis que combina elementos naturales (sequía), estructurales (países sin un Estado que funcione correctamente) y humanos (conflicto armado). Es la peor combinación posible, porque sólo permite remedios paliativos, pero no definitivos. Ante la crisis, el Programa Mundial de Alimentos (PAM) puede activar sus mecanismos de alerta, aunque hay que advertir que lamentablemente este organismo tan vital se encuentra igualmente con una falta de recursos económicos que afecta a su operatividad, concretamente en Somalia. Puede que haya que activar ahora la red mundial de donación de alimentos impulsada por España y Brasil, por lo que uno aporta excedentes y el otro los reparte. Pero a pesar de estas medidas, un país como Somalia quedará expuesto a futuras calamidades por la existencia de un conflicto armado y de problemas internos que impiden construir un Estado con capacidad de atender a su población en lo más básico. Mientras no haya solución política al conflicto no habrá capacidad preventiva interna, que es una distinción de los países con una buena gobernanza.

Las revueltas en el mundo árabe de estos últimos meses ha sido también un toque de humildad para los centros de alerta y para las diplomacias preventivas. Nadie previó lo que iba a suceder, y nadie imaginaba que los acontecimientos derivarían en tan pocas semanas en cambios de régimen en Túnez y Egipto. A lo más que se ha logrado es en hacer especulaciones sobre hasta donde llegarían las crisis de otros países con revueltas populares, como en Yemen, o sobre si las reformas impulsadas en algunos países, como Marruecos, serían suficientes para calmar los ánimos e iniciar nuevas dinámicas políticas y socioeconómicas que permitan iniciar “transiciones”. Ahí sí que se vislumbra un amplio campo de acciones preventivas para mejorar en primera instancia la calidad democrática de muchos países, y de paso, sentar las bases para un desarrollo humano de dichas sociedades. En este sentido, y apelando a la teoría elemental de los conflictos, tenemos que recordar que la conflictividad subyacente en estos países, lejos de ser motivo de temores, ha de ser el motor de los cambios que necesitan. El conflicto es bueno por naturaleza si no va acompañado por violencia, por lo que todo el arte de la prevención de conflictos reside en cómo estimular cambios en los estatu quo indeseables sin que haga presencia la violencia física y destructiva. En otras palabras, la prevención de conflictos no es para mantener situaciones de injusticia o de mal desarrollo, sino para producir alteraciones del orden en procura de situaciones más beneficiosas. Para decirlo en términos actuales, la prevención de conflictos no puede estar desligada de la “indignación” de aquellos colectivos, en multitud de países, que sufren atentados a su dignidad. Por el contrario, debería ser el catalizador de cambios estructurales que vayan a la raíz de las desigualdades y que alienten la democracia participativa, el respeto por los derechos humanos y el pleno ejercicio de la libertad.

En realidad, más que hablar de prevención de conflictos de lo que debería hablarse es de prevención de la violencia en los conflictos. En todo caso, no puede tolerarse por más tiempo que las políticas de prevención de conflictos sean un acopio de frustraciones sobre lo que podría y debería hacerse y no se hace. Tenemos suficientes mecanismos de alerta en el planeta para estar informados sobre lo que se avecina. Organismos como International Crisis Group y su informe mensual Crisis Watch nos indican de los países que entran en crisis. Los informes mensuales de la Escola de Cultura de Pau (www.escolapau.org) muestran igualmente las situaciones de empeoramiento que requieren de actuaciones nacionales, regionales o internacionales sobre contextos económicos, políticos o sociales que están en niveles delicados y que, de no intervenir, cruzarán los umbrales de violencia no deseable. Naciones Unidas dispone de redes informativas como Reliefweb (www.reliefweb.org) que conectan a ONG, agencias de información y organismos del sistema de Naciones Unidas, para estar al corriente, en tiempo real, de cuanto sucede en el mundo. Si falla algo no son los sistemas de alerta temprana, sino los de respuesta inmediata y eficiente, sea por falta de recursos económicos o, la mayor parte de los casos, por ausencia de una real voluntad política, que no es otra cosa que el resultado de falta de humanidad. Desgraciadamente, la mayor parte de las veces no nos sentimos interpelados por lo que ocurre en otras latitudes, a menos que se produzca un efecto mediático especial. Cambiar esa realidad es el reto que tenemos enfrente y lo que puede convertir la prevención de la violencia en los conflictos en un instrumento de dignificación y cambio.

Ver también

El reto de la Misión de la Liga Árabe.

Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona.Diari ARA …