Vicenç Fisas, Director de la Escola de Cultura de Pau, Universitat Autònoma de Barcelona. Publicado en Semana.com |
La muerte del máximo líder de la guerrilla de las FARC, Alfonso Cano, puede suponer varios escenarios a corto plazo. El menos probable es del “efecto desbandada”, el “principio del fin”, aunque es una hipótesis que tendrá muchos defensores. Creo, no obstante, que las FARC se van a recomponer, que el recambio de liderazgo se hará de forma rutinaria, y lo único que está por ver es si el nuevo comandante en jefe tendrá el coraje de apostarle a una negociación, o si por el contrario dejará pasar la oportunidad y continuará con la línea bélica tradicional de los últimos meses. Si no es así, y se opta por caminos de paz, el primer paso sería liberar con prontitud a las personas retenidas de libertad, con la mediación de la exsenadora Piedad Córdoba. Aparentemente podría parecer un acto de debilidad ante la muerte de Cano, pero no obstante tendría otra lectura: la nueva dirigencia le apuesta al diálogo con el Gobierno de Santos, un Gobierno que además ha salido reforzado de las últimas elecciones municipales.
Con todo, en Colombia, no habrá proceso de paz hasta que la insurgencia tenga la clarividencia de que ha llegado el momento histórico de apostarle por una negociación sincera, con todas las consecuencias que se derivan de ello. Y hay una de gran calado, que tiene que ver con el final de la historia. Una negociación con éxito conduce a la desmovilización de un grupo y su pase a la vida civil. Y la pregunta es obvia. ¿Están el ELN y las FARC preparados psicológicamente para este momento? Seguramente no. La siguiente pregunta es la siguiente: ¿Está la insurgencia en unas condiciones para asumir ese paso, en el transcurso de un proceso que puede ser más o menos largo? Puede, aunque de momento no ha tenido elaborado un discurso político que vaya en ese sentido. En otras palabras: la insurgencia no piensa en el mañana, sino en el presente, lo cual puede ser comprensible por la presión militar, pero ello le resta visión estratégica para pensar en temas de paz, y en tiendo por paz, no la simple dejación de armas, sino el pacto de Estado por el que se diseñan una serie de transformaciones en procura de justicia social para el país y para disminuir las desigualdades y la pobreza.
En Colombia, para tener un proceso de paz exitoso, no bastará con que las FARC liberen a las personas privadas de libertad, aunque es condición indispensable para empezar. Faltará algo más, y es la convicción de que un proceso de negociación forzosamente provocará cambios de mentalidad y alumbrará objetivos vinculados a la civilidad. Una guerrilla deseosa de paz, habría de pensar desde ya en ese momento de futuro, porque sólo desde esta apertura mental será posible hacer una negociación con avances sustantivos.
Así, pues, el sucesor de Cano tiene ante sí una oportunidad histórica de dar un paso decisivo en contravía de las opciones tradicionales que aconsejan más enfrentamientos militares ante la caída de un líder. En ocasión de su 47 aniversario, a finales de mayo las FARC hicieron público un comunicado con un lenguaje novedoso, en el que señalaban que jamás habían renunciado a la solución política del conflicto social y armado, que la violencia nunca había sido su razón de ser y que la paz era posible, insistiendo en la movilización de la gente. Para las FARC, “la paz es un derecho que hay que hacer realidad, y la barbarie no puede seguir siendo parte del destino, y menos ahora que con la movilización se puede imponer un futuro cierto y civilizado”. Se trataría de abonar ese discurso civilista y de buscar un acercamiento con el Gobierno inmediatamente después de liberar a las personas privadas de libertad. Para ello, el Gobierno colombiano haría bien en no equivocarse con un discurso de “las FARC están derrotadas”, porque no lo están, aunque el golpe a Cano ha sido muy duro. Por el contrario, el Gobierno debería elaborar ahora un discurso de invitación al diálogo, que es el único camino para llegar posteriormente a un cese de hostilidades y a una negociación que conduzca a un proceso de paz. Que la paz esté más cerca, por tanto, depende de lo que decidan hacer las dos partes en el inmediato futuro.
Con todo, en Colombia, no habrá proceso de paz hasta que la insurgencia tenga la clarividencia de que ha llegado el momento histórico de apostarle por una negociación sincera, con todas las consecuencias que se derivan de ello. Y hay una de gran calado, que tiene que ver con el final de la historia. Una negociación con éxito conduce a la desmovilización de un grupo y su pase a la vida civil. Y la pregunta es obvia. ¿Están el ELN y las FARC preparados psicológicamente para este momento? Seguramente no. La siguiente pregunta es la siguiente: ¿Está la insurgencia en unas condiciones para asumir ese paso, en el transcurso de un proceso que puede ser más o menos largo? Puede, aunque de momento no ha tenido elaborado un discurso político que vaya en ese sentido. En otras palabras: la insurgencia no piensa en el mañana, sino en el presente, lo cual puede ser comprensible por la presión militar, pero ello le resta visión estratégica para pensar en temas de paz, y en tiendo por paz, no la simple dejación de armas, sino el pacto de Estado por el que se diseñan una serie de transformaciones en procura de justicia social para el país y para disminuir las desigualdades y la pobreza.
En Colombia, para tener un proceso de paz exitoso, no bastará con que las FARC liberen a las personas privadas de libertad, aunque es condición indispensable para empezar. Faltará algo más, y es la convicción de que un proceso de negociación forzosamente provocará cambios de mentalidad y alumbrará objetivos vinculados a la civilidad. Una guerrilla deseosa de paz, habría de pensar desde ya en ese momento de futuro, porque sólo desde esta apertura mental será posible hacer una negociación con avances sustantivos.
Así, pues, el sucesor de Cano tiene ante sí una oportunidad histórica de dar un paso decisivo en contravía de las opciones tradicionales que aconsejan más enfrentamientos militares ante la caída de un líder. En ocasión de su 47 aniversario, a finales de mayo las FARC hicieron público un comunicado con un lenguaje novedoso, en el que señalaban que jamás habían renunciado a la solución política del conflicto social y armado, que la violencia nunca había sido su razón de ser y que la paz era posible, insistiendo en la movilización de la gente. Para las FARC, “la paz es un derecho que hay que hacer realidad, y la barbarie no puede seguir siendo parte del destino, y menos ahora que con la movilización se puede imponer un futuro cierto y civilizado”. Se trataría de abonar ese discurso civilista y de buscar un acercamiento con el Gobierno inmediatamente después de liberar a las personas privadas de libertad. Para ello, el Gobierno colombiano haría bien en no equivocarse con un discurso de “las FARC están derrotadas”, porque no lo están, aunque el golpe a Cano ha sido muy duro. Por el contrario, el Gobierno debería elaborar ahora un discurso de invitación al diálogo, que es el único camino para llegar posteriormente a un cese de hostilidades y a una negociación que conduzca a un proceso de paz. Que la paz esté más cerca, por tanto, depende de lo que decidan hacer las dos partes en el inmediato futuro.